SPANISHUpdated April 15, 2012, 8:19 p.m. ET
.¿Qué hay detrás del bajo crecimiento brasileño?
Los políticos están deprimiendo la inversión para complacer a los fabricantes locales.
Por MARY ANASTASIA O'GRADY
Brasil es, supuestamente, uno de los tigres económicos del siglo XXI junto con Rusia, India y China. Entonces, ¿cómo es que el año pasado apenas creció 2,7%?
La presidenta, Dilma Rousseff, quiere que le echemos la culpa a la política de bajas tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), que sería responsable de la pérdida de competitividad del país y de reducir "su crecimiento". Eso fue lo que dijo en una visita a Washington la semana pasada y repitió en la Cumbre de las Américas, que tuvo lugar el fin de semana en Cartagena.
No es una acusación nueva. Brasil se ha estado quejando desde hace tiempo de la política de dinero fácil del presidente de la Fed, Ben Bernanke. Al ministro de Hacienda brasileño, Guido Mantega, se le atribuye haber acuñado el concepto de "guerra de divisas" para describir las ventajas que reciben los exportadores cuando un país devalúa su moneda.
No nos engañemos. La política de "relajamiento cuantitativo" y las tasas de interés cercanas a cero de la Fed han significado que muchos dólares han salido en busca de mejores retornos en los mercados energéticos. Buena parte de estas inversiones han ido a parar a Brasil, donde se han descubierto abundantes reservas ultramarinas que, en contraste con la situación de Estados Unidos, serán explotadas. A diferencia de México, Brasil está permitiendo que las empresas extranjeras sean parte del proceso. En la agricultura, a su vez, Brasil ha aprovechado la tecnología más avanzada disponible para transformarse en un productor de clase mundial durante un período que ha coincidido con el encarecimiento de los alimentos.
Cuando los inversionistas se abalanzan en masa sobre esos rentables activos brasileños, el valor del real sube. Por lo tanto, Rousseff tiene razón cuando afirma que Bernanke juega un papel clave en la economía brasileña. Los inversionistas, por su parte, también tienen razón para desconfiar de un país que es altamente dependiente de las materias primas y de la política de crédito gratuito de la Fed.
Una burbuja podría estar en ciernes. Si la producción no es rentable a precios más bajos, podría estallar.
Sin embargo, una moneda fuerte enriquece a los brasileños, algo que la presidenta debería celebrar. ¿Por qué ella lo lamenta? La respuesta está en el poder político de los fabricantes nacionales.
Piense en lo que pasaría si las autoridades permitieran la apreciación del real. Si los dólares que llegan al país se usaran para comprar reales, el tipo de cambio se apreciaría. El real más fuerte daría a los brasileños más poder adquisitivo en todo el mundo para modernizar sus instalaciones, aumentar la productividad y, por ende, la competitividad.
Ese sería un proceso de creación de riqueza. Sin embargo, no es lo que pretenden los planificadores centrales brasileños. Siempre han concebido al país como un gigante manufacturero y el gobierno ha subsidiado en gran medida a los productores locales —pensemos en la teoría de las industrias incipientes— y provisto protección frente a la competencia extranjera. Eso era más fácil cuando la moneda local era débil. Los brasileños no podían costear importaciones y las exportaciones del país parecían más atractivas para los extranjeros.
Hoy, la fortaleza del real deja al desnudo la debilidad de las manufacturas brasileñas, cuya importancia en la economía ya estaba disminuyendo incluso antes de que Bernanke tomara cartas en el asunto. De acuerdo con el economista brasileño Raúl Velloso, las manufacturas como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) brasileño es ahora la mitad de lo que era a fines de los 80. En la actualidad, 65% del total de la economía corresponde a los servicios, un sector que emplea a cuatro veces más brasileños que la industria manufacturera.
Aun así, los productores nacionales siguen siendo políticamente poderosos y ejercen presión sobre el gobierno para detener la apreciación del real. Esto significa que el banco central tiene que comprar los dólares que entran al país, emitir nuevos reales y luego emitir bonos para sacar de circulación a esos reales, a fin de que no generen inflación. La entidad ahora acumula más de US$400.000 millones de dólares en reservas y la emisión de bonos ha elevado las tasas de interés.
Las mayores tasas de interés atraen a más compradores de reales en busca de mayores rendimientos. De este modo, en lugar de debilitar la moneda, la intervención del banco central la fortalece. Las tasas más elevadas también encarecen el mantenimiento de las reservas. Otro problema es que los inversionistas podrían ser más propensos a poner su dinero en bonos del gobierno en lugar de hacerlo en las inversiones necesarias para aumentar la capacidad productiva de Brasil.
El gobierno también está devorando los ahorros necesarios para invertir al estimular el consumo en diversas formas. El impulso del consumo, incluyendo la expansión de los créditos subsidiados del BNDES, el banco nacional de desarrollo, resulta peligroso.
Conforme crece la demanda, la baja tasa de inversión en relación con el PIB de Brasil, de 18% (frente a 50% de China), implica que el país necesita más importaciones. El proteccionismo bloquea las importaciones, por lo que aumentan los precios de los bienes transables. Los precios de los servicios, que no son importados, también se elevan.
El mayor consumo, sin la correspondiente capacidad productiva, provoca inflación, incrementando los costos salariales para aquellos fabricantes locales a quienes se supone que debe ayudar el gobierno. El banco central tiene que depender de las altas tasas de interés para controlar la situación. En tanto, el crecimiento se resiente.
La manera de salir de esta trampa es aceptar la fortaleza del real y las ventajas comparativas del país en servicios y materias primas. Permitir la reestructuración de una industria manufacturera centralmente planificada no será indoloro. Pero es mejor hacerlo ahora, junto con las reformas a favor del crecimiento en el área de los impuestos y la regulación, a esperar a la inevitable llegada de la crisis.
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