por admin » Lun Dic 24, 2012 7:52 am
Los funestos antecedentes de John Kerry en América Latina
Por MARY ANASTASIA O'GRADY
Luego de que Susan Rice retirara su nombre de la carrera para encabezar la Secretaría de Estado de Estados Unidos, el presidente Barack Obama nominó en el cargo al senador de Massachusetts John Kerry. Pero no hay que esperar muchos aplausos de los atribulados partidarios de la democracia al sur de la frontera estadounidense.
Los antecedentes de Kerry en la promoción de los valores estadounidenses en el exterior son deprimentes. No es que se oponga a la intervención estadounidense, todo lo contrario. El problema es que tiene la costumbre de intervenir a favor de los villanos. Su concepción izquierdista del mundo y su convicción de que su destino es imponérsela al resto podrían hacerlo encajar a la perfección en el gabinete de Obama. Pero no será beneficioso para los países pobres ni para los intereses estadounidenses.
AFP/Getty Images
El presidente Barack Obama anuncia la nominación de John Kerry como su próximo secretario de Estado.
América Latina conoce de sobra la peligrosa combinación de la arrogancia de Kerry y, para usar un término diplomático, su ingenuidad. En 1985, en medio de la Guerra Fría, encabezó una delegación de legisladores a Nicaragua, donde se reunió con el comandante sandinista Daniel Ortega. La reputación de los sandinistas como violadores de derechos humanos ya estaba bien establecida y los soviéticos estaban asediado América Central. De todas formas, a su regreso de Managua, Kerry se mostró partidario de poner fin al apoyo estadounidense a la resistencia conocida como los "Contras". La Cámara de Representantes siguió su recomendación y rechazó un paquete de ayuda de US$14 millones para los Contras. Al día siguiente, Ortega voló a Moscú para obtener US$200 millones en ayuda del Kremlin
La búsqueda de la verdad exige humildad, lo que podría explicar la peligrosa desinformación de Kerry. Años más tarde, el escritor Paul Berman expuso las realidades de la opresión sandinista en el artículo "In Search of Ben Linder's Killers" (En busca de los asesinos de Ben Linder), publicado por la revista The New Yorker el 23 de septiembre de 1996. Berman se internó en las montañas de Nicaragua para investigar la muerte del simpatizante sandinista de Oregon. En el proceso, también se enteró de la rebelión campesina contra los sandinistas.
Los campesinos del altiplano habían unido fuerzas con los intelectuales marxistas haciéndose llamar sandinistas con el fin de derrocar al dictador Anastasio Somoza. En los años 80, sin embargo, se dieron cuenta de que eran esclavos de un nuevo amo. "Las mujeres de las familias más pobres equilibraban las canastas llenas de frutas o granos en sus cabezas e iban al mercado, exactamente como lo habían hecho antes, y la policía sandinista allanaba los buses y las arrestaba acusándolas de ser especuladoras". Los habitantes "sintieron que estaban perdiendo el control sobre sus productos, su libertad de acción y su tierra". La resistencia no solo venía de los grandes terratenientes. "Mientras más pequeño el terreno, más fiera era la resistencia", dice el reportaje.
Fidel Castro, aliado de los sandinistas, envió a personal cubano para ayudar. "Casi de inmediato", escribió Berman, "un odio rabioso hacia los cubanos (conocidos como rusos para las personas que más los detestaban) se apoderó de las zonas rurales del norte y el oriente" del país. Los campesinos llegaron a una "conclusión horrorosa: que el Frente Sandinista de Liberación Nacional era un movimiento político dedicado al desprecio de Dios y al robo de la tierra, un movimiento que se consideraba nicaragüense, pero que trataba activamente de entregarle el país a los extranjeros, un partido que proclamaba ser de los campesinos y los pobres pero que, en realidad, era su enemigo más implacable". Berman se enteró, de boca de un campesino, de que Linder fue asesinado por los Contras debido a que pensaban que era cubano.
No está claro si Kerry se dio cuenta de que estaba intercediendo a favor de los opresores. Vamos a asumir que se trató simplemente de un inocente que creyó la propaganda soviética y cubana. ¿Pero acaso una falta similar de conocimiento explica por qué, cuando se postuló a la presidencia de EE.UU. en 2004, le dijo a una audiencia en Boston que la guerrilla colombiana, famosa por asesinar y mutilar civiles, "tiene quejas legítimas"?
Ese mismo año, el comandante sandinista Tomás Borge y la política peronista argentina Cristina Fernández de Kirchner respaldaron su candidatura a la presidencia de EE.UU. Más amigos extraños.
En junio de 2009, Kerry nuevamente intercedió por el lado oscuro, esta vez en Honduras. El presidente Manuel Zelaya, un aliado de Hugo Chávez, estaba intentando extender de forma inconstitucional su permanencia en el poder. La Corte Suprema ordenó al Ejército que lo arrestara. El resto de las ramas del gobierno, la Iglesia Católica, el defensor de los derechos humanos en el país y el propio partido de Zelaya respaldaron la decisión del máximo tribunal.
Chávez, Fidel Castro y el gobierno de Barack Obama montaron en cólera. Calificaron el fallo como un "golpe de Estado" y se dieron a la tarea de aislar al diminuto país. Cuando el senador republicano Jim DeMint planeó un viaje a Tegucigalpa para reunir antecedentes, la oficina de Kerry trató de impedirlo al tratar de bloquear la financiación. Cuando la Law Library of Congress, un ente investigativo del congreso estadounidense, concluyó que la Corte Suprema de Honduras actuó conforme la ley, Kerry le escribió al director de dicha oficina exigiendo que la opinión fuera retractada y "corregida". En el segundo trimestre de 2010, un empleado de la oficina de Kerry viajó a Honduras para presionar al gobierno a que adoptara el relato de Obama de que se trataba de un golpe de Estado.
También vale la pena recordar que el compañero de fórmula de Kerry en 2004, John Edwards, prometió forzar una renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte si él y Kerry llegaban a la Casa Blanca.
Todas estas actividades tienen un patrón en común y es que Kerry continuamente está en el lado equivocado de la historia. Pedirles a los estadounidenses que crean que su desempeño como secretario de Estado será diferente es pedirles que crean en lo inverosímil.