por admin » Dom Jul 04, 2010 9:14 pm
¿Por qué los humanos ganaron la carrera evolutiva?
Por Matt Ridley
La evolución humana presenta un rompecabezas. Nada parece explicar el repentino despegue de los últimos 45.000 años, la conversión de uno entre muchos simios depredadores en un dominador del planeta con tecnologías en constante progreso. Una vez que ese "progreso" comenzó a producir nuevas herramientas, diferentes formas de vida y florecientes poblaciones, se aceleró en todo el mundo, y culminó en la agricultura, las ciudades, el alfabetismo y todo lo demás. Sin embargo, todos los ingredientes del éxito humano —fabricación de utensilios, cerebros grandes, cultura, fuego, incluso el lenguaje— parecen haber estado presentes medio millón de años antes y, sin embargo, nada ocurrió. Durante cientos de miles de años, los utensilios se hicieron con el mismo diseño monótono y el impacto ecológico de los seres humanos fue mínimo. De repente —¡boom!— explotó la cultura, comenzando en África. ¿Por qué en ese momento, por qué allí?
La respuesta radica en una nueva idea, que proviene de la economía, conocida como inteligencia colectiva: la noción de que lo que determina la inventiva y el ritmo del cambio cultural de una población es el volumen de interacción entre individuos. Esta idea mantiene la esperanza de que la raza humana prosperará poderosamente en el futuro, porque las ideas están practicando el sexo entre ellas más que nunca.
Cuando más descubren los científicos, más grande se hace el rompecabezas de la evolución. La propia fabricación de utensilios se ha retrotraído al menos dos millones de años, y las herramientas modernas surgieron gradualmente en el espacio de 300.000 años en África. Mientras tanto, ahora sabemos que los Neandertales tenían cerebros más grandes que los nuestros y heredaron las mismas mutaciones genéticas que nos facilitan el habla. Sin embargo, a pesar de sobrevivir hasta hace 30.000 años, apenas inventaron nuevos utensilios, por ni que hablar de granjas, ciudades y dentífrico. Los Neandertales demostraron que es bastante posible ser seres humanos inteligentes e imaginativos (enterraban a sus muertos) sin experimentar progreso cultural ni económico.
Hasta ahora, los científicos han estado buscando la respuesta a este acertijo en el lugar equivocado: dentro de la cabeza humana. La mayoría esperó encontrar algún tipo de gran avance genético o neural que causó "un big bang de la conciencia humana", una prometedora mutación para que la gente pudiera hablar, pensar o planear mejor, colocando a la raza humana en el camino de la innovación continua y exponencial.
Pero la sofisticación del mundo moderno no radica en la inteligencia individual ni en la imaginación. Es un esfuerzo colectivo. Nadie —literalmente nadie— sabe cómo hacer el lápiz que está encima de mi mesa (como indicó en una ocasión el economista Leonard Read), y mucho menos la computadora con la que estoy escribiendo. El conocimiento de cómo diseñar, extraer, sintetizar, combinar, fabricar y vender estas cosas está fragmentado entre miles, a veces millones, de mentes. Una vez se inició el progreso humano, ya no estuvo limitado por el tamaño del cerebro humano. La inteligencia se hizo colectiva y acumulativa.
En el mundo moderno, la innovación es un esfuerzo colectivo que depende del intercambio. Solemos olvidar que el comercio y la urbanización son el gran estímulo de la invención, mucho más importantes que los gobiernos, el dinero o el ingenio individual. No es coincidencia que ciudades obsesionadas con el comercio —Tiro, Atenas, Alejandría, Bagdad, Londres, Nueva York, Tokio— son los lugares donde ocurrieron la invención y el descubrimiento. Piense en ellas como si fueran cerebros colectivos bien dotados.
La agricultura fue inventada cuando la gente vivía ya en amplias sociedades comerciales.
La explosión de nuevas tecnologías de caza y recolección en Asia occidental hace unos 45.000 años, llamada a menudo la Revolución del Paleolítico Superior, ocurrió en un área con una gran densidad de población de cazadores-recolectores, con un cerebro colectivo mayor.
La noción de que el intercambio estimuló la innovación al reunir diferentes ideas tiene un paralelismo cercano con la evolución biológica. El proceso darwiniano por el que las criaturas cambian depende crucialmente de la reproducción sexual, que reúne mutaciones de diferentes linajes. Sin sexo, las mejores mutaciones derrotan a las segundas mejores, que se pierden para la posteridad. Con sexo, se juntan y se unen al mismo equipo. Por lo tanto, el sexo convierte a la evolución en un proceso colectivo y acumulativo en el cual cualquier individuo puede aprovecharse del acervo genético de toda la especie. Y hablando del patrimonio genético, a las especies con más genes a los que recurrir les va mejor que a las que tienen menos, de ahí la vulnerabilidad de las especies que viven en islas en la competición con las especies continentales.
Ocurre exactamente lo mismo en la evolución cultural. El comercio es a la cultura lo que el sexo a la biología. El intercambio convierte en colectivo y acumulativo al cambio cultural. Se vuelve posible recurrir a invenciones creadas en toda la sociedad, no sólo en su barrio. El ritmo de progreso cultural y económico depende del ritmo al cual las ideas están practicando sexo.
Las poblaciones densas no producen innovación en otras especies. Sólo se observa entre los seres humanos, porque sólo los seres humanos se dedican al intercambio regular de diferentes artículos entre individuos que no son pareja ni están relacionados, e incluso entre extraños. Así que aquí esta la respuesta al rompecabezas del despegue humano. Fue causado por la invención de un cerebro colectivo hecho posible por la invención del intercambio.
Cuando los seres humanos comenzaron a intercambiar cosas y pensamientos, se toparon con las divisiones del trabajo, en las cuales la especialización condujo al conocimiento colectivo mutuamente beneficioso. La especialización es el medio por el cual el intercambio promueve la innovación: al mejorar haciendo un producto u ofreciendo un servicio, el individuo crea nuevas herramientas. Desde entonces, la historia de la raza humana ha sido una diseminación gradual de especialización e intercambio: la prosperidad consiste en restringir cada vez más lo que se produce y diversificar cada vez más lo que se compra. La autosuficiencia —la subsistencia— es pobreza.
Esta teoría explica claramente porqué algunas partes del mundo —Australia, Tasmania— se quedaron atrás en su ritmo de evolución cultural después del despegue del Paleolítico Superior.
Los restos dejados por los Neandertales son prueba adicional de que el intercambio y la inteligencia colectivas son la clave del progreso humano. Casi todos sus utensilios se encuentran cerca de su área probable de origen: los Neandertales no practicaban el comercio.
Esta teoría sobre eventos antiguos ofrece una alentadora lección moderna. Dado que el progreso es inexorable, acumulativo y colectivo si los seres humanos intercambian y se especializan, entonces la globalización e Internet están destinados a asegurar un vertiginoso progreso económico en el próximo siglo, a pesar de reveses comunes como recesiones, guerras, despilfarros gubernamentales y desastres naturales.