Roberto Abusada:
"De cómo Velasco destruyó Venezuela"
Cuatro décadas después de que el general Velasco tomara el poder en el Perú luego de un golpe de Estado, varios países de la región se empeñan en repetir su fracasada fórmula de gobierno.
El candidato Humala se prepara para hacer lo mismo con el Perú. En su campaña del 2006, no escondía, como hoy intenta hacerlo, su devoción por Velasco. Chávez, quien como cadete conoció a Velasco y se refiriera a él como "mi general Velasco", en cambio, sí manifiesta reiteradamente su gran admiración por el dictador.
Para Chávez y Humala, como fueron para Velasco, los pilares básicos de un gobierno son el control político y el dominio de "industrias estratégicas". El gobierno de Velasco naturalmente debía controlar los recursos naturales y las actividades básicas: la banca, los seguros, la electricidad, la minería y el petróleo, el acero, el cemento y las telecomunicaciones, además de crear grandes monopolios comercializadores de insumos (ENCI), minerales (MINPECO) y pesca (EPCHAP). La idea no es nueva y proviene de la tradición de Lenin y Stalin.
Mientras sus asesores vieron en el modelo de autogestión de la Yugoslavia de Tito un modelo a seguir, Velasco transmitía a los empresarios industriales un mensaje confuso: por un lado se les anunciaba su gradual desaparición a medida que la recién creada institución de la "Comunidad Industrial" ganaría fuerza y tomaría eventualmente el control de cada empresa.
Pero de otro lado, no queriendo prescindir de los empresarios industriales, Velasco los llenó de favores: un mercado absolutamente cerrado, crédito subsidiado a cargo de la banca estatal de fomento y libre importación de los insumos y maquinaria (siempre que no se produjeran localmente), además de acceso a dólares baratos. Se desarrolló una industria artificial con baja calidad, altos precios e impedida de competir en los mercados de exportación. Se estima que la tercera parte de la industria de los años setenta producía bienes finales cuyo valor en el mercado internacional era inferior al de los insumos usados en su fabricación. Es decir, era una industria que destruía valor a precios reales mientras otorgaba a los productores locales ingentes beneficios gracias al mercado cerrado y a los insumos y financiamiento artificialmente baratos.
En la agricultura, la dictadura estableció dos regímenes: en la Sierra las llamadas Sociedades Agrícolas de Interés Social (SAIS) juntaban a las haciendas expropiadas con las comunidades aledañas. En la Costa, temiendo romper los exitosos complejos agroindustriales, se instituyeron las CAP (Cooperativas Agrarias de Producción), que abarcaban tierra e infraestructura transformadora industrial. La reforma agraria fue pensada únicamente como un acto político de ataque a un grupo de poder.
Luego de expropiar a los antiguos dueños, el gobierno abandonó a los beneficiarios de su reforma agraria, ocasionando el colapso del agro. El Perú se volvió un gran importador de alimentos; granos, carnes, grasas y lácteos, alimentos subsidiados para contentar a la población urbana a costa del cruel abandono del campo. Se provocó luego una revolución en los hábitos de consumo al sustituir la papa y los cereales andinos por el trigo importado con subsidios.
No es necesario detallar la debacle productiva nacional que el esquema de Velasco trajo consigo. Basta decir que, luego de dos años de crecimiento, basado en la buena situación fiscal sostenida por la reforma tributaria de Manuel Ulloa en el último año del primer gobierno de Belaunde, la economía entró en un largo ciclo de deterioro y atraso, al punto que sólo en el año 2005 el Perú recuperó el ingreso por habitante que tenía en 1972: más de tres décadas perdidas. En su intento torpe por distribuir la riqueza y el ingreso, Velasco sólo logró redistribución dentro del 20% más rico de la población, la pobreza generalizada y un triste legado que sacó al Perú del liderazgo en el Pacífico sudamericano, para colocarlo a la zaga de sus vecinos.
Cuatro décadas después reconocemos elementos claves de estas políticas trasnochadas en países como Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Mientras Chile, Colombia y el Perú progresan disminuyendo pobreza con estabilidad de precios y libertad de expresión, los países de la ALBA y Argentina deben esconder su inflación y controlar a los medios de expresión.
Tal control no es producto de un capricho ni un requerimiento ideológico, sino un acto imprescindible para sostener al modelo y sus políticas.
Predeciblemente, Chávez tomó un país riquísimo y lo volvió un país donde el 30% de la población es pobre a pesar de que el precio del petróleo que exporta se ha multiplicado 10 veces desde que tomó el poder, generándole en promedio 60,000 millones de dólares anuales adicionales.
Su inflación en la última década ha sido de 661% comparada con la peruana, de 25% en igual periodo. Sus exportaciones no petroleras han caído a menos de la mitad en 10 años, mientras que las exportaciones no mineras peruanas han crecido 117%.
En 10 años, el PBI venezolano, con toda esa bonanza petrolera, creció sólo 12%, mientras que el peruano creció 50%. El Perú tiene ciertamente un problema grave en la calidad de sus instituciones: ocupa el puesto 96 entre 139 países, pero Venezuela ocupa el lugar 139, además de estar catalogado por Transparencia Internacional entre los campeones de la corrupción con el puesto 164 entre 178 países.
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