por admin » Lun May 03, 2010 5:51 pm
Un legado de costosos errores para BP
El derrame en el Golfo de México es el desastre más reciente de BP, una empresa que ha sido agobiada por un historial de recortes de costos
Por Tom Bower
Pocas horas después de conocerse la noticia que 15 trabajadores habían muerto en una explosión en una refinería de BP en Texas City, Texas el 23 de marzo de 2005, John Browne, el emprendedor presidente ejecutivo de BP, cruzó el Atlántico desde Londres en su avión privado.
Una inspección en el lugar de los hechos ya había determinado que el accidente se debió a un error humano. La industria petrolera ya sabía desde el derrame de petróleo del buque cisterna Exxon Valdez en Alaska en marzo de 1989 que los enemigos de las grandes del sector estaban listos para abalanzarse sobre ellas después de cualquier desastre ecológico. El futuro de la compañía, dijo Browne a ejecutivos de BP, dependía de evitar la actitud adoptada 16 años antes por Lawrence Rawl, presidente de la junta directiva de Exxon.
Poco después de llegar a Texas City, Browne se encontraba entre los supervivientes y los familiares de los difuntos. Con mucha discreción, el ejecutivo conversó con los trabajadores, hombres corpulentos con manos callosas y caras curtidas por el sol. Posteriormente, se dirigió a los medios de comunicación.
Para calmar la hostilidad hacia BP, Browne adoptó una franqueza inusual. "Llevaremos a cabo una investigación exhaustiva", anunció.
"Los muertos eran contratistas, no empleados", dijo un periodista. "¿Qué puede hacer por ellos?". Su respuesta dejó desarmados a los asistentes. "En BP somos responsables de lo que ocurre en nuestras instalaciones, y repararemos los daños. No podemos corregir el pasado, pero con los recursos de BP podemos hacer el futuro un poco más seguro". Al final, BP pagó indemnizaciones a todos los contratistas.
Una vez se conoció el historial de negligencia en el mantenimiento de la refinería de Texas City, BP fue duramente criticada no sólo por la agencias de seguridad federales y por el Congreso de Estados Unidos, sino también por los antiguos ingenieros y directivos de Amoco que habían operado con anterioridad la planta.
Como responsable de la producción de BP durante el episodio de Texas City, Tony Hayward, el sucesor de Browne, ya había visitado los centros de control en Houston que seguían la explosión en el yacimiento Mocando en el Golfo de México. Ahora que el crudo derramado llega a la costa de Louisiana, Hayward podría estar consciente del fracaso de su predecesor para limitar las repercusiones de accidentes sucesivos.
Browne había comprado la atribulada Amoco en 1998 como parte de un plan de crecimiento. En los siete años previos, a medida que las reservas de crudo de BP declinaban en Alaska y en el Mar del Norte, Browne habló sobre su plan para llevar a cabo una serie de audaces adquisiciones y adoptar decisiones arriesgadas para salvar a BP de una gradual extinción. Para 2005, los planes de Browne de transformar a BP en un poderoso rival de la propia Exxon parecían estar dando frutos. Para reducir costos, Browne dejó sin reemplazar a cientos de puestos de ingenieros que habían dejado la compañía y optó por aumentar su dependencia de los subcontratistas. De forma brillante, introdujo un nuevo eslogan corporativo "Beyond Petroleum" ("Más Allá del Petróleo") y reemplazó su logotipo con el Helios, un sol verde y amarillo que toma su nombre del dios griego del sol, con objeto de subrayar el interés de la compañía en combustibles alternativos y más limpios para el medioambiente. La explosión de la planta en Texas City puso en peligro a ese sueño.
Tras el accidente, se inició el juego de las culpas. La reputación de BP, la mayor productora de crudo en Estados Unidos y la operadora más exitosa del Golfo de México, estaba en entredicho. Una agencia independiente federal, la U.S. Chemical Safety Board, la acusó de reducir sus gastos en seguridad y mantenimiento para aumentar sus ganancias. La respuesta de BP fue inmediata. Los ingenieros y ejecutivos de Amoco, dijo el ejecutivo británico a los directivos de BP, eran ellos mismos responsables de negligencia y de "malentendido cultural". Los ex empleados de Amoco, en aquel entonces parte de BP, rechazaron cualquier sugerencia sobre su culpabilidad personal.
En julio de 2005, la plataforma Thunder Horse —un proyecto de BP de US$1.000 millones en el Golfo de México— se inclinó 20 grados tras el paso del huracán Dennis. BP culpó a los problemas de diseño y de ingeniería, no al huracán, por la inclinación de la plataforma. Pero algo peor estaba por venir. En marzo de 2006, se derramaron 267.000 galones de crudo de un oleoducto del Sistema de Oleoductos Trans-Alaska, gestionado por BP. Algunos habitantes de Alaska se mostraron asolados por el regalo que supuso para los ecologistas contrarios a abrir el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico a la exploración petrolífera.
El derrame fue leve comparado con la catastrófica ruptura de una sección del oleoducto en el mismo yacimiento cinco meses después. En 8 de agosto de 2006, el gobierno estadounidense ordenó el cierre temporal de toda la producción de crudo de Alaska, lo que eliminó el 8% del suministro diario de petróleo en EE.UU. Inspectores del Departamento de Transporte de EE.UU. determinaron que la causa fue la "corrosión extrema" causada por los recortes de costos y el insuficiente mantenimiento de los oleoductos. La compañía acordó reemplazar unos 25 kilómetros de ductos y aumentar sus gastos de mantenimiento.
La reputación de la compañía sufrió un fuerte revés, y Browne fue una de las víctimas, jubilándose y dejando la compañía en 2007. Desde entonces, BP ha tratado de revertir las políticas de Browne de reducir costos y subcontratar a ingenieros y contratistas.
Las desgracias de BP probablemente alegrarán en secreto a sus rivales. En la capital del petróleo, Houston, la gente de la industria susurrará que los británicos han ignorado las lecciones pasadas. A Hayward le acusarán de ser demasiado lento en revertir la transferencia de responsabilidades que Browne implementó. De hecho, tres años es insuficiente para crear una cultura común y mejorar las aptitudes corporativas, pero es de esperar que Hayward reciba un aluvión de críticas durante su inevitable comparecencia ante el Congreso estadounidense. BP declinó hacer comentarios.
Robert Wine, un portavoz de BP en Londres, dice que la compañía Transocean tenía toda la responsabilidad de las perforaciones en la plataforma Deepwater Horizon. "No es apropiado dudar de Transocean", afirma Wine. "No corresponde a BP supervisar la seguridad de la plataforma". Al igual que otras compañías del sector, BP no exigió a Transocean que instalara el llamado conmutador acústico con el que los trabajadores pueden activar una válvula submarina de seguridad que frena el flujo descontrolado de petróleo, medida que no exige la ley estadounidense. Las experiencias pasadas muestran que la decisión de BP de instalar pantallas de humo para desviar la culpa no sobreviven al escrutinio. Y retirarse a una zona de confort podría resultar insostenible.
Un portavoz de Transocean, Guy Cantwell, afirma que la compañía "continúa coordinando con todos los implicados" en la investigación, y que "Transocean tiene un historial de seguridad reconocido".
Hasta ahora nadie ha revelado en qué etapa de perforación se encontraba el yacimiento Mocando, ni el motivo de la explosión. La posible ausencia de un sistema confiable para tapar automáticamente el pozo podría apuntar el dedo acusador a Transocean. Sin embargo, esa posibilidad no excusa a BP de insistir en la instalación de sistemas fiables de emergencia. Es inevitable que las investigaciones sobre la catástrofe hagan referencia en algún momento a los desastres similares en Texas City, Alaska y Thunder Horse y muestren los fracasos anteriores de BP de supervisar adecuadamente a sus subcontratistas.
Casi todos en la industria petrolera reconocen que el método operativo de ExxonMobil es el estándar a seguir en el sector. Desde que el Exxon Valdez derramara millones de galones de petróleo en Prince William Sound, Alaska, Lee Raymond —el sucesor de Rawl— convirtió las operaciones de perforación en el negocio principal de la compañía. Después de 1989, los ejecutivos de ExxonMobil han impuesto estrictos requisitos, especialmente a las plataformas subcontratadas. A todas horas, los ingenieros de ExxonMobil ubicados en las mismas plataformas ponen en duda cada plan y acción llevada a cabo por sus subcontratistas, especialmente en los temas de seguridad.
BP ha reconocido las críticas de "fallos sistémicos" emitidas por un reporte de la Chemical Safety Board por sus pecados pasados. En 2006, el reporte de la agencia federal sobre el desastre de Texas City advirtió que los gerentes de BP, afectados por un "tema cultural", representaban un "peligro inminente" para la seguridad. Tras los derrames de crudo en Alaska, los investigadores del Congreso oyeron un testimonio de un ex ingeniero de BP en Alaska, quien afirmó: "No hay duda de que los recortes de costos y las ganancias han adquirido prioridad frente a la seguridad y el medio ambiente". El testigo se preguntó retóricamente si, en lugar de "más allá del petróleo", BP significaba "más allá de cualquier estándar de decencia". Wine afirma que desde que Hayward fue nombrado presidente ejecutivo, BP ha estado implementando un nuevo sistema para desarrollar y mantener estándares operativos en toda la compañía, incluyendo normas de seguridad.
El precio de las históricamente inherentes fallas en la cultura de BP es en la actualidad de al menos US$6 millones diarios para las operaciones de limpieza. Reparar el desastre medioambiental costará una fortuna. Políticamente, las consecuencias derivadas de los recortes de gastos pasados son incalculables. Pero con todo, la recuperación y el éxito de BP es importante para la oferta mundial de crudo.
Producir petróleo es un negocio antiguo, sucio y peligroso. El petróleo fácil de conseguir —"la fruta a baja altura"— es ahora terreno exclusivo de productores tradicionales como Rusia y Venezuela cuyos intereses con poca visión de futuro están impidiendo una producción eficiente de sus yacimientos. Las petroleras occidentales se han visto obligadas a buscar petróleo en el lecho marino del Atlántico y a romper fronteras tecnológicas.
En la fiebre por encontrar más crudo, los especialistas en exploración de BP en Houston, dotados de destrezas admiradas por sus rivales, han tenido un éxito excepcional. Pero las condiciones operativas son brutales. El constante flujo de inventos que permiten a las grandes petroleras guiar por control remoto un taladro una distancia de casi dos kilómetros hasta el fondo marino y después perforar por un agujero de 12 centímetros de diámetro a través de ocho kilómetros de arena, sal, arcilla y rocas para extraer un posible botín depende de extraordinarios cálculos científicos. Encontrar soluciones elegantes a problemas que parecen inabordables hace que los corazones de estos expertos en petróleo latan más rápido. El riesgo es el oxígeno de las petroleras.
Como mucho, tan sólo una de cada tres pruebas en el Golfo de México descubre petróleo, y cada una cuesta US$100 millones. Incluso los mejores geólogos suelen usar tres palabras, "posiblemente", "probablemente" y "lamentablemente". Los errores y la mala suerte acabaron a la larga pasando factura a Amoco, Arco, Texaco y Mobil. Al igual que otros, los antiguos colosos del petróleo se vieron obligados a fusionarse. La supervivencia de BP depende de evitar la agonía de detectar una posible reserva de crudo para descubrir posteriormente que el crudo en esa zona desapareció hace 60 millones de años. Esto depende de calcular los riesgos, y de ganar. Pero después de cada apuesta hay que saldar cuentas. La explosión en Mocando podría poner fin a las esperanzas de las petroleras de extraer petróleo fácil en las costas de Florida. Este plan temporalmente suspendido dependerá de las imágenes procedentes de la costa del Golfo de México. Exxon fue crucificada hace 21 años por las escenas en televisión de pájaros cubiertos de crudo, salmones muertos flotando en la superficie y por la devastación a las hasta entonces inmaculadas orillas costeras. Tercamente, Lee Raymond, se negó a aceptar que Exxon era responsable. A la larga, logró que la multa original por daños de US$5.000 millones quedara reducida a US$507,5 millones. Desde entonces, Exxon ha sido maldecida por su insensibilidad, pero sigue siendo la mayor petrolera privada del mundo. Hayward enfrenta ahora su bautismo de fuego para limitar los daños y asegurar la supervivencia de BP. Muy pocos presidentes ejecutivos envidiarán este desafío.
—Tom Bower es autor de "Oil: Money, Politics, and Power in the 21st Century", que se publicará en junio.