por admin » Sab Jun 12, 2010 9:40 pm
Las lecciones que EE.UU. puede aprender de la quiebra de GM
Los errores que la automotriz cometió durante su reestructuración bajo las leyes de protección por bancarrota pueden ser evitados.
Por Paul Ingrassia
La semana pasada se celebró el primer aniversario de uno de esos hitos del que Estados Unidos no se siente orgulloso: la bancarrota de General Motors, otrora la mayor y más rica compañía del país y, de hecho, del mundo.
Mantener viva a GM, si bien en forma reducida, fue una tarea cara para los contribuyentes estadounidenses: en total, unos US$65.000 millones, si se cuenta la ayuda gubernamental al antiguo brazo financiero de la automotriz, la antigua GMAC, ahora rebautizada como Ally Bank. Por todo este dinero, nosotros, como país, deberíamos quedarnos con algunas lecciones de esa experiencia. Las siguientes tienen mi voto como las tres más importantes:
No querer reconocer los problemas y retrasar las soluciones resultará en una dolorosa y costosa hora de la verdad.
En el gobierno corporativo, la gente adecuada cuenta más que la estructura adecuada.
Las apariencias engañan.
Las tres parecen muy obvias, pero es sorprendente cuánto se ignoran, especialmente la primera lección, sobre no reconocer los errores y sobre los retrasos.
Todo el mundo sabía que era ridículo e insostenible pagar a trabajadores indefinidamente por no trabajar (en el Banco de Empleo del sindicato United Auto Workers), mantener marcas como Saturn y Saab que casi nunca ganaban dinero y pagar espléndidos beneficios de jubilación y salud a los empleados. Pero todas estas prácticas, pagadas por crecientes obligaciones de deuda, continuaron durante décadas en los 30 años de colapso en cámara lenta de GM.
Y eso, pese a las muchas señales de alerta. Una señal muy clara se produjo en un discurso en enero de 2006 del veterano de la industria automovilística Jerome B. York, que representaba al mayor accionista individual de la compañía en aquel entonces, Kirk Kerkorian. A menos de que GM llevara a cabo drásticas reformas "podría ocurrir lo inimaginable" en menos de 1.000 días, predijo York (quien falleció recientemente). Al final, York no acertó tan sólo por 30 días.
Mirando hacia delante, la pregunta relevante es si lo impensable —acogerse a las leyes de quiebra— también podría ocurrir a Estados Unidos.
Todo el mundo sabe que los déficits federales son insostenibles. Y que Fannie Mae y Freddie Mac crearon abismos financieros ayudando a las prestamistas a conceder hipotecas a gente que no se las podía pagar. Y que muchos fondos de pensión de empleados públicos no cuentan con el financiamiento suficiente para el nivel de beneficios que ofrecen. Y que entregar más dinero a las escuelas públicas sin exigir reformas estructurales y responsabilidad no ha producido resultados y no los producirá en el futuro.
Enfrentar estos temas supone inevitablemente imponer disciplina en los gastos y plantar cara a los sindicatos de empleados públicos, algo que GM no hizo con el UAW. Seguir sin querer reconocer algo y postergando las decisiones acabará siendo desastroso. Por decirlo de otra forma: EE.UU. rescató a General Motors, pero ¿quién rescatará a EE.UU?
La segunda lección es casi tan importante como la primera, incluso si el término "gobierno corporativo" suena tan excitante como, bueno, el hilo dental. Pero un buen gobierno es crucial porque es la empresa privada la que crea capital y financia el gobierno(aunque son pocos en Washington los que lo reconocen). Lo que ocurrió a GM, a diferencia de su vecino rival Ford, es instructivo.
En teoría, General Motors era un modelo de buen gobierno corporativo, mientras que Ford era (y lo sigue siendo) un desastre. Las "superacciones" Clase B con derecho a voto de la familia Ford le concede el 40% de los votos con menos del 4% del capital accionario. Las acciones Clase B representan unos 31 votos por cada acción Clase A que poseen los miembros ajenos a la familia. Y la familia Ford tiene poder de veto sobre cualquier fusión o disolución corporativa.
Esta estructura parece contradecir todo aquello que se consideran sólidos principios de buen gobierno corporativo. Seguro que estas estipulaciones "antidemocráticas" se deploran en dos importantes conferencias sobre gobierno corporativo: la ODX (Outstanding Directors Exchange) en Nueva York, y la conferencia anual en el Centro Millstein de Gobierno Corporativo en la Universidad de Yale.
Sin embargo, la junta directiva y la familia Ford decidieron en 2006 buscar un nuevo presidente ejecutivo fuera de la atribulada compañía, incluso a pesar de que esta decisión suponía terminar con el liderazgo de Bill Ford Jr. El heredero de los Ford aceptó dejar la presidencia ejecutiva de la compañía, pero continuó siendo presidente de la junta directiva. Mientras tanto, el directorio de GM, integrado por altos directivos de grandes compañías ajenas a la automotriz que eligieron a un "directivo líder" de dentro de sus filas, respaldó firmemente a una ineficaz administración que fue de un desastre a otro y se lavó las manos colectivamente mientras la compañía se quedaba sin dinero. Algunos jubilados de GM llamaron a los directivos "la junta de espectadores".
Puede que el gobierno de Ford sea antidemocrático. Pero al menos concentra el poder de la toma de decisiones en manos de unas pocas personas con un interés emocional y financiero en la compañía, y que han demostrado estar dispuestas a actuar. Nadie de General Motors tenía un interés similar, lo que ayuda a explicar porqué los directivos se quedaron de brazos cruzados.
En la actual junta directiva de GM —nombrada por el accionista controlador de la compañía, el gobierno estadounidense— hay un puñado de directivos del anterior directorio. Puede que no sean malas personas, pero lo que sí mostraron es un desempeño bastante malo. A medida que la nueva GM se prepara para una oferta pública inicial de acciones —para que el gobierno pueda recuperar la inversión de los contribuyentes— necesitará que su junta directiva recupere la credibilidad. Esos directivos de la junta anterior deberían renunciar.
En cuanto a las apariencias frente a los hechos, el rescate de GM —junto con un ejercicio similar en Chrysler— ofrece amplia evidencia. La comprensible objeción a los rescates se debe a que fomentan el llamado riesgo moral, la disposición a actuar imprudentemente sin miedo a las consecuencias. Sin embargo, los rescates de estas dos compañías tuvieron muchas consecuencias desagradables para los principales implicados.
Los accionistas de ambas automotrices perdieron su dinero. Los acreedores sufrieron fuertes reveses, incluyendo quienes tenían deuda asegurada en Chrysler (sus préstamos a la compañía fueron imprudentes, el equivalente de los créditos hipotecarios de alto riesgo, pero recuperaron más de lo que habrían obtenido en una liquidación de Chrysler). Muchos trabajadores y ejecutivos perdieron sus empleos. Muchos concesionarios perdieron franquicias. El Banco de Empleo desapareció, si bien tardaron en hacerlo. También quedó eliminado el seguro médico gratis.
Todo esto parece muy doloroso como para desalentar un futuro riesgo moral. Por supuesto, permitir una liquidación de las compañías habría causado mucho dolor, pero la mayoría habría recaído en los inocentes espectadores, los ciudadanos comunes y corrientes que participan en una economía que se encontraba de rodillas a principios del año pasado. El gobierno de Obama, en su favor, intentó andar con pies de plomo: hacer lo suficiente por Detroit para proteger la economía, pero no tanto como para fomentar futuros comportamientos irresponsables.
A nadie en cualquier lugar del espectro político de EE.UU. le gustó este rescate. Pero tras haberlo pagado, esperemos que como nación estemos dispuestos a aprender de él.
—Ingrassia, ganador del premio Pulitzer y ex jefe de redacción en Detroit de The Wall Street Journal, es autor de "Crash Course: the American Automobile Industry's Road from Glory to Disaster", publicado recientemente por Random House.