por admin » Lun Ene 19, 2015 12:38 am
Los exiliados cubanos que nunca abandonaron la isla
Gloria Martínez ha vivido en la base naval estadounidense de Guantánamo desde 1961. Brandon Thibodeaux for The Wall Street Journal
BASE NAVAL DE GUANTÁNAMO, Cuba—En 1961, Ramón Baudin se enteró de que las fuerzas de seguridad de Fidel Castro lo estaban buscando. Se escondió en un autobús que se dirigía a esta base militar de Estados Unidos, pasó desapercibido en un retén de la policía, y luego le pidió al guardia estadounidense: “Oye, amigo, me estoy escapando. Abre la reja”.
Desde entonces, Baudin ha permanecido aquí como parte de un pequeño grupo de exiliados cubanos que, en un momento candente de la Guerra Fría, consiguieron el permiso del gobierno estadounidense para quedarse en la Base Naval de Guantánamo hasta que Cuba fuera libre.
Por más de 50 años, los exiliados han esperado ganarle el pulso a Castro, rodeados por un alambrado de 37 kilómetros que separa su presente de su pasado. Se han casado y divorciado, han tenido empleos e hijos. Han bailado en los clubes de la base y han tomado en sus bares. Juegan al dominó y escuchan a Celia Cruz. También vieron cómo su hogar adoptivo se convirtió en sinónimo de abuso de prisioneros desde que EE.UU. trasladó a casi 800 sospechosos de terrorismo aquí.
Los enfermos son atendidos en el hospital naval, y los muertos son enterrados cerca de la playa en el cementerio de la base, junto a marineros y oficiales que murieron en los trópicos hace 100 años.
“Pensé que sólo estaría aquí seis meses”, dijo el vecino de Baudin, Noel West, de 81 años.
Ramón Baudin, de 92 años, es uno de los refugiados cubanos de mayor edad en Guantánamo. Brandon Thibodeaux for The Wall Street Journal
Con pocas excepciones, nunca regresaron a sus casas. Muchos partieron a EE.UU. Pero un grupo pequeño decidió quedarse, aunque adquirieron ciudadanía o residencia estadounidense. La Armada de EE.UU. les brinda de forma gratuita vivienda, servicios públicos y atención médica, junto con comidas subsidiadas en los comedores de la base.
“En aquel entonces, la Marina les ofreció un refugio seguro, y dijimos: ‘Se pueden quedar aquí hasta que esto se solucione’”, señaló el comandante de la base, el capitán John Nettleton. “Y aquí siguen medio siglo después”.
Ahora, los poco más de 20 exiliados que quedan están envejeciendo a un ritmo que supera la capacidad de la Marina estadounidense de atenderlos. La Armada envía por avión a quienes están gravemente enfermos a hospitales militares en EE.UU. Personal de la base convirtió las antiguas habitaciones del cuerpo de enfermeros del hospital en instalaciones para los exiliados que necesitan asistencia las 24 horas. Conductores del gobierno transportan a los refugiados cubanos a citas médicas, clases de ejercicio, McDonald’s y a la tienda de la base.
Los cubanos de Guantánamo han soportado el largo conflicto entre EE.UU. y Cuba, así como las decisiones personales que tomaron hace mucho tiempo. Cuando Washington y La Habana estaban a pasos de la guerra en los años 60, los exiliados encontraron refugio en la base pero renunciaron a sus hogares y familias.
Ahora que el presidente Barack Obama decidió normalizar las relaciones con Cuba, su destino vuelve a ser incierto. La Marina estadounidense no sabe si la flexibilización de las tensiones significa que los exiliados tendrán que mudarse. Por ahora, los cubanos de la base siguen con su vida simple y escépticos de cómo los trataría el régimen si vuelven a sus casas.
Los exiliados viven en casas de cemento construidas en la década de los 60. Brandon Thibodeaux for The Wall Street Journal
A los 92 años, Baudin es uno de los de mayor edad entre los 23 cubanos que quedan en la base. El anciano dice que no extraña su hogar, pero todos los días cuando sale el sol, se sienta en una silla de plástico blanca a escuchar una estación de radio de Caimanera, un pueblo contiguo a la base. Entre las noticias y las guarachas, escucha atento en caso de que anuncien obituarios de viejos amigos.
Un portavoz del gobierno de Cuba en Washington no devolvió llamadas o correos electrónicos que buscaban comentarios sobre si los exiliados enfrentarían riesgos legales o políticos si regresaban a casa.
Cuando se enteró de que el régimen lo buscaba, Baudin estaba comprometido con una mujer en Caimanera. Nunca pudo explicarle su desaparición. Tiempo después escuchó que la mujer se casó con un lechero.
Baudin trabajó de caddie en el campo de golf de la base y luego pasó décadas planchando uniformes. Recuerda las buenas épocas con sus amigos cubanos aquí, pescando en la bahía y tomando ron en la playa. La mayoría ya murió. Baudin camina por las calles temprano, antes del amanecer, y habla, dice, con los fantasmas de los otros exiliados: ve a Gustaff Polica, que crió dos hijos en Guantánamo y que está enterrado en las colinas. Ve a una mujer de blanco que fue a Cuba a morir con su familia luego de décadas en la base.
Philip Gayle, de 80 años, toma clases de Zumba dentro de la base. Brandon Thibodeaux for The Wall Street Journal
La mayoría de los cubanos vive en un vecindario de casas de cemento construidas en los años 60, pintadas de azul y verde pastel ya desteñidos por el sol.
Oficiales de la Armada estadounidense no pueden encontrar los documentos que sentaron las bases de la promesa original del gobierno del presidente John F. Kennedy. Las líneas generales se han transmitido de comandante de la base a comandante, reforzadas por una ley de 2006 que autoriza a la Armada a “velar por el bienestar general, incluidas las de subsistencia, vivienda y atención médica” de los cubanos residentes.
El exiliado Phillip Gayle se casó tres veces desde que se mudó a la base en 1965. Enterró a una esposa y se divorció de otra. Ahora comparte una habitación con su tercera mujer en las instalaciones de asistencia permanente de la Marina. Su cónyuge, Felicita Gayle, tiene 95 años y requiere de atención médica constante.
El exiliado, de 80 años, toma clases de Zumba en el gimnasio de la base, con un instructor que habla en español. A menudo piensa en el hijo de tres años que dejó en Cuba cuando se refugió. Su hijo luego se sumó a la armada cubana y peleó en Angola cuando Castro intervino a favor del gobierno izquierdista allí. “Si Cuba es libre y me muero, entiérrenme allí”, dijo Gayle. “Mientras Cuba no sea libre, entiérrenme aquí”.
EE.UU. sigue girándole al gobierno cubano un cheque anual de US$4.085 por alquiler del terreno de la base, una cifra establecida en 1934. Cada año, La Habana señala su desaprobación a la presencia estadounidense al negarse a cobrarlo.
De los cientos de exiliados que obtuvieron permiso para vivir en la base de forma indefinida en los años 60, hoy quedan 28, incluidos cinco jamaiquinos casados con cubanos exiliados.
Jugar al dominó es una de las actividades que prefieren los exiliados cubanos en Guantánamo. Brandon Thibodeaux for The Wall Street Journal
Gloria Martínez, una sobreviviente de cáncer de 81 años, dijo que se queda en la base en parte por la promesa de recibir cuidado médico de por vida. Su fallecido esposo fue un sargento de la armada cubana que peleó contra insurgentes encabezados por Raúl Castro. En 1959, su esposo Eduardo Martínez consiguió un empleo ayudando a construir la pista de bolos de la base y volvía al lado cubano todas las noches.
Cuando el régimen de Castro comenzó a perseguir a los opositores, la casa de la pareja fue registrada varias veces, recordó Martínez. La mujer tenía dos granadas de mano escondidas en la casa y planeaba usarlas si su esposo alguna vez enfrentaba un pelotón de fusilamiento. “Le dije a mi marido que lo buscaban, y que no volviera nunca a nuestra casa”. Un día de 1961, el esposo fue a trabajar a la base, y se quedó. La mujer permaneció en su casa durante un tiempo y luego también se refugió en la base, donde trabajó como peluquera.
Sus dos hijos, ahora de más de 40 años y radicados en EE.UU., nacieron en Guantánamo. Su esposo murió en 1988. Cuando la mujer se enfermó de cáncer de riñón al año siguiente, fue atendida en un hospital militar en Washington.
En ese momento, temía que si se mudaba a EE.UU. perdería su seguro médico subsidiado. Principalmente, dijo, no quiere irse de Cuba, cuyas montañas se ven desde su ventana. Tiene hermanas que viven en Ciudad de Guantánamo, a una hora en auto desde su casa, si alguna vez se permitiera hacer ese recorrido.
“Aquí estoy cerca de mi familia”, dijo, “aunque no la vea”.