por Fenix » Mar Ene 20, 2015 1:41 pm
"Ciutat morta", declive energético y Gran Exclusión
por The Oil Crash •Hace 6 horas
El pasado sábado día 17 de Enero de 2015 la cadena catalana de televisión C33 emitió el documental "Ciutat morta", después de muchas años de ninguneo y censura (inclusive una orden judicial de última hora que obligó a dejar fuera de la emisión televisiva 5 minutos del metraje original). Esta película (que puede ser descargada libremente en la red por expreso deseo de sus creadores y promotores) recoge un relato de un suceso muy escabroso que ilumina zonas de nuestra realidad donde nunca es grato mirar.
El documental da una visión parcial de todo lo que rodea al caso, puesto que nunca oímos la versión más que de una de las partes, y eso sin duda le resta fuerza. Sin embargo, la parte ausente es justamente la que más fácil acceso tiene a los medios de comunicación y la que sin ningún problema podría querellarse contra los promotores de "Ciutat morta" si lo que están diciendo fuera calumnioso; y como tal cosa no sucede y callan, uno colige que debe haber cierta parte de verdad en lo que se denuncia en esa película.
Para los que no conozcan de que va esta historia, haré un resumen rápido de lo que uno puede entender viendo el documental. El 4 de Febrero del 2006 numerosos efectivos de la Guardia Urbana de Barcelona acuden a un edificio ocupado de la calle Sant Pere més Baix de Barcelona donde se está celebrando una multitudinaria fiesta no autorizada con la intención de desbaratarla y disolver a la muchedumbre allí reunida. Algunos asistentes a la fiesta reaccionan con gran agresividad y en el transcurso de los enfrentamientos con la policía, un policía resultada alcanzado en la cabeza, probablemente por una maceta de gran peso lanzada desde los pisos superiores, lo que le produce una fractura de base del cráneo y le deja en estado vegetativo (por lo que sé, el pobre hombre aún está así).
Los agentes de la Guardia Urbana de Barcelona detienen inmediatamente a tres jóvenes a pie de la calle, que como se mostrará ulteriormente en el juicio no podían físicamente ser los autores materiales de la agresión al agente herido. En las dependencias de la Guardia Urbana les propinan tremendas palizas que obligan a trasladarlos al Hospital del Mar para curarlos. En la sala de urgencias del Hospital se encuentran una chica y un chico que habían sufrido un accidente de bicicleta y nunca se habían encontrado en el lugar de los hechos. Una estética personal demasiado antisistema fue suficiente para que los arrestaran e inculpasen de los mismos delitos que a los demás. Después de eso, años de procesamiento judicial, arbitrariedades múltiples, declaraciones amañadas de un par de agentes que con el tiempo acabarían siendo condenados por falsear pruebas y testimonios, y varios años de cárcel para los jóvenes detenidos en el lugar de los hechos y, de manera completamente incomprensible, también para la chica, la cual termina suicidándose durante un permiso carcelario.
"Ciutat morta" es una película incómoda, desagradable emocional y estéticamente; es un relato de terror del más terrorífico: el que es real. Ver la película causa inquietud y desasosiego, plantea demasiadas preguntas incómodas, cuestiona demasiadas verdades incuestionadas. Y es una muestra perfecta de la evolución de nuestra sociedad en su descenso a los infiernos de la Gran Exclusión.
"Ciutat morta" plantea diversas y graves acusaciones. La más obvia es que el Ayuntamiento de Barcelona consintió, si no fomentó, que en la Guardia Urbana hubiese algunos agentes corruptos cuyo modus operandi, basado en el maltrato, la tortura y el falso testimonio, era carente de escrúpulos y directamente delictivo. Seguramente tales agentes eran una minoría del cuerpo, pero una tal minoría hace mucho daño a la imagen de toda la Guardia. Incluso me atrevería a apostar a que el pobre agente que quedó muerto en vida pertenecía a esa mayoría de justos, de honrados, de los que menos merecían lo que le pasó (si es que alguien pudiera merecerse un destino semejante). Ese agente fue carne de cañón de un conflicto artificialmente creado que le destrozó la vida a él, a su familia y las vidas de los jóvenes torturados y encarcelados espuriamente en su nombre. Puesto que otra acusación que formula "Ciutat morta" es que la situación de aquel teatro de Sant Pere més Baix donde se origina este drama fue consentida, cuando no deliberadamente fomentada, por el Ayuntamiento de Barcelona. El edificio ocupado resultaba ser de titularidad del Ayuntamiento, y según nos explican algunos testimonios las fiestas en él fueron durante meses muy frecuentes y muy ruidosas, en suma muy molestas para los vecinos. ¿Por qué durante tanto tiempo el Ayuntamiento no intervino, máxime cuando el edificio era suyo? Pues, según nos dicen, porque esa situación le resultaba muy conveniente, ya que el Ayuntamiento estaba adquiriendo y expropiando viviendas en el barrio, dentro de un plan para revitalizarlo, y los molestos vecinos del teatro okupa hacía que los propietarios de otros inmuebles fuesen más proclives a marcharse. De acuerdo con la planificación urbanística de entonces (no olvidemos que 2006 es el apogeo de la burbuja urbanística en España), el barrio pasaría a ser ocupado por una emergente clase de profesionales cualificados, lo que técnicamente se conoce como "gentrificación" del barrio (vamos, que pasaría a ser un barrio de pijos).
Lo grave de las acusaciones formuladas es que resultan perfectamente creíbles, dada la enorme corrupción urbanística que ha sufrido España. No resulta difícil imaginar que el diseño del nuevo barrio sería decidida en una comida de gente respetable en un restaurante de ésos en los que el menú cuesta la mitad del salario mensual de alguno de los jovenzuelos que luego sirvieron de chivo expiatorio. Seguramente los comensales se relamieron pensando en el beneficio personal que podrían conseguir adquiriendo pisos a bajo precio en la diáspora subsecuente a la favorecida degradación de un barrio ya previamente castigado, para luego ser vendidos a un precio mayor, remodelados, a un hipster con los bolsillos y las ambiciones plenas. Sin embargo, el brillante plan salió mal: una de esas fiestas de marginales se les fue de las manos, la calculada represión no contaba con que un agente saldría gravemente lesionado... De repente la responsabilidad del Ayuntamiento quedaría expuesta, por haber omitido negligentemente el mantener su propio edificio dentro del orden; la responsabilidad civil subsidiaria, si no se podía identificar al autor de la bárbara agresión al policía, recaería sobre el Ayuntamiento y podría desencadenar, en la catarsis periodísitica del momento, muchas preguntas incómodas, quizá se filtraría que había orden de no molestar a los okupas... Se hacía por tanto necesario buscar a quien cargarle el muerto, personas que no tuvieran la más mínima relevancia, personas tan marginales para las cuales pasar unos años en prisión no tuviera la más mínima importancia puesto que eran carne de presidio. Se tomó a tres de los marginales que allí estaban, al azar; tres que quizá estaban enfrentándose con la policía en el portal o solamente que pasaban por ahí, tanto daba, y se les criminalizó, se buscó un pararrayos que detuviera el golpe, se inventaron testimonios gracias a la inestimable colaboración de aquellos agentes que ya habían prestado servicios semejantes con anterioridad, se gozó de la aquiescencia de jueces a los cuales sus prejuicios ideológicos les impedían ver a las personas que se escondían detrás de los espantajos construidos a la medida de la necesidad del momento, se consiguió un silencio bastante general de los medios de comunicación sobre los aspectos más turbios del caso y en general se contó con la complicidad de una mayoría de ciudadanos silentes que no quisieron conocer más detalles sobre una historia tan sórdida. Todo resulta tan escalofriantemente real, creíble, cercano...
El plan para transformar el barrio deprimido pero céntrico, consistente en hundirlo aún más para después convertirlo en un barrio de pijos, con pingües beneficios mediante para los hábiles promotores de toda la trama, estaba en realidad condenado al fracaso desde el principio. Los pudientes profesionales que debían acudir en masa de toda Europa a poblar las nuevas casas que se tenían que construir allí sólo existían en la imaginación de los que tomaron aquellas drásticas decisiones. Un año más tarde estallaría la burbuja inmobiliaria española, y hoy en día todo sigue como estaba en la zona de Sant Pere més Baix, nueve años después; yo incluso fui una vez, hacia el año 2012, a dar una charla al aire libre en el Forat de la Vergonya, al lado de un huerto urbano autogestionado por los vecinos. En realidad no había energía ni recursos para mantener aquella incoherente e insostenible trayectoria de crecimiento ilimitado, de locura urbanística, que sin embargo la gente de dinero dio por descontada; y por eso su plan fracasó, porque nunca podía haber triunfado. Quizá aún continúan creyendo que cuando las cosas se calmen podrán recuperar el dinero que invirtieron, y justamente por eso no es probable que les guste que, gracias a este documental, se revitalice la polémica sobre el caso 4F. Quizá por eso es más necesario que nunca hablar de ello.
Uno de esos puntos de desasosiego difícil de emplazar de "Ciutat morta" viene de las características de los personajes protagonistas, las víctimas de tanta arbitrariedad. Los actores principales que sufren en sus carnes tamaños atropellos no son individuos con los que fácilmente se pueda identificar la clase media urbana de Barcelona, de España, de Europa, de Occidente. Son jóvenes desclasados, marginalizados, que malviven en empleos precarios, que se mueven por los bordes difusos y turbios de este sistema cuya podredumbre sólo hemos empezado a cuestionar cuando el transcurso de esta crisis que no acabará nunca nos ha obligado a repensar nuestras certezas y revisar si lo que creíamos seguro realmente lo es. No son niños bonitos con sonrisas de anuncio de dentífrico y un máster debajo del brazo, sino individuos hoscos, broncos, de estética provocadora, de vida marginalizada. Vida marginalizada, que no marginal: estos jóvenes no han escogido estar donde están, están donde pueden. Estos jóvenes son los desplazados por el estallido de la última burbuja financiera, en espera de que el estallido de la siguiente les convierta en los anfitriones de los nuevos excluidos.
Esos chicos vivían en 2006 y continúan viviendo en 2015 en medio de la Gran Exclusión, de ese proceso que comentamos hace tiempo en este blog que es el destino natural de una clase media crecientemente depauperada en Occidente (exclusión donde siempre ha encontrado el grueso de la población de esa mayoría de países que no han podido gozar del privilegio de tener una clase media). Conviene recordar que nuestro proceso de descenso energético como sociedad ya había comenzado cuando nominalmente la burbuja inmobiliaria aún no había estallado. De hecho, las restricciones relativas en el acceso a los combustibles fósiles baratos ya había comenzado en el año 2000, pero sólo en el 2005, con la llegada del pico del petróleo crudo, empezaron a sentirse con toda su intensidad. En el año 2006 la cantidad de energía total proveniente del petróleo estaba prácticamente en su máximo histórico previo al declive en el que ya estamos inmersos, pero si en vez de mirar el total de la energía del petróleo miramos la energía per cápita el descenso ya había comenzado pues éramos más pero teníamos lo mismo para repartir. Dado que las personas integradas en el sistema aún no habían comenzado su personal descenso energético, eso simplemente quiere decir que fueron los recién llegados a la edad productiva, los jóvenes, los que no pudieron reclamar su parte del pastel. Mientras unos se ensoñaban en lujosos restaurantes en cómo llenar aún más sus enormes bolsillos, estos jóvenes buscaban un hueco que nadie les había reservado en esta sociedad; quizá unos pocos lo conseguirían, pero sería a costa de tantos otros que se quedarían fuera. Y conviene recordar que eso ya era así en 2005; que nuestro descenso energético empezó antes de lo que creemos. Para estos jóvenes, caer fuera de los márgenes calculados de la sociedad suponía, sin que ellos lo supieran, que perdieran su consideración de seres humanos. Ya no eran, a ojos de la sociedad a la que creían aún pertenecer, seres con derechos, sino pecios de clase media a la deriva. De ahí la enorme extrañeza, los ojos de sorpresa, con los que estos jóvenes y sus allegados comentan sus experiencias, su incredulidad delante la arbitrariedad que sufren. Ellos creían pertenecer a un Estado de derecho y de repente se dan cuenta de que no, de que esa manta cada vez más pequeña en la que habían creído ya no les cubre a ellos. Ésta es la situación normal en tantos países en los que el derecho jamás llegó a toda la población, pero resulta ser un destete violento, una bofetada de realidad en la cara de tantos españoles que creían que aún éramos lo suficientemente ricos como para ser aproximadamente igualitarios, al menos en lo que a derechos fundamentales se refiere. Estos jóvenes habían perdido su clase de procedencia y no lo sabían: por eso su choque con la realidad resulta tan brutal.
Lo más terrorífico de ese desclasamiento no es que entre el espectador típico de ese documental y sus personajes medie una gran distancia, sino la certeza inconsciente que todos tenemos de que las futuras e inevitables olas de la crisis eterna nos aproximarán, hasta que nosotros seamos como ellos y ellos como nosotros. En suma, lo que más miedo nos da es que algún día, cuando nosotros ingresemos en ese lumpen, todo ese horror y arbitrariedad que ellos han sufrido será también para nosotros. Puesto que varios personajes del documental lo dejan claro: si destrozaron la vida de esos pobres desgraciados era por su marginalidad, porque no se les consideraba ciudadanos de derecho; en el caso de la chica, Patricia Heras, se la consideraba sacrificable directamente por su estética. Pero si no tomamos las riendas de esta situación, si dejamos que las cosas evolucionen a su libre albedrío y de manera natural, todos estaremos en esa situación de sacrificables de aquí en unos años. Esos policías que no quisieron saber qué pasaba en aquella sala de interrogatorios, esos jueces que no quisieron escuchar las acusaciones de tortura, esos médicos que se limitaron a curar las heridas y mirar a otro lado, esos políticos que no tuvieron el coraje de afrontar las consecuencias lógicas de sus malas acciones previas, esos vecinos que simplemente no querían que les metieran en líos, esos ciudadanos que se jactan de lo bonita que es Barcelona mientras giran la cara para no ver la otra mitad... Todos ellos, todos nosotros, seremos no-ciudadanos, expuestos a la misma intemperie de injusticia que estos chicos, de aquí en unos años: sólo hace falta esperar a que nuestro descenso nos lleve a esas orillas. Quizá si entendemos esto, quizá si escuchamos estos testimonios, quizá si por fin tomamos las riendas podremos evitar lo peor de lo que está por venir, y el sacrificio de Patricia Heras no habrá sido en vano.