por admin » Mar Ene 27, 2015 3:30 pm
Ensayo Inmigración e Islam: La crisis de fe de Europa
Dos mujeres hablan frente a una corte en Meaux, cerca de París. European Pressphoto Agency
El atentado terrorista contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo el 7 de enero podría haber sido planeado por la filial de Al Qaeda en Yemen. Pero el ataque, junto con otro registrado en un mercado kosher de París días después, fue perpetrado por musulmanes franceses descendientes de olas de inmigración recientes desde el norte y el occidente de África. Mucho antes de los ataques, que dejaron 17 muertos, los franceses discutían la posibilidad de que las tensiones con la propia comunidad musulmana del país estuvieran llevando a Francia a algún tipo de confrontación armada.
Considere a Éric Zemmour, experto en debates televisivos y polémicas. Su historia del colapso del orden político de posguerra en Francia, “Le suicide français”, encabezó la lista de best-sellers durante varias semanas a fines del año pasado. “Hoy, nuestras elites piensan que Francia es la que debe cambiar para adaptarse al islam, y no al revés”, dijo Zemmour en un programa de TV en octubre, “y creo que con este sistema, nos encaminamos a una guerra civil”.
Más recientemente, Michel Houellebecq publicó “Submission”, una novela ambientada en el futuro cercano. En el libro, la reelección del actual presidente francés, François Hollande, atrajo partidarios para un grupo oscuro que proclama su identidad europea. “Tarde o temprano, la guerra civil entre los musulmanes y el resto de la población es inevitable”, explica un simpatizante. “Llegan a la conclusión de que mientras antes comience la guerra, mejores chances tendrán de ganarla”. Publicada la mañana de los ataques, la novela de Houellebecq reemplazó al libro de Zemmour al tope de la lista de best-sellers, donde se mantiene.
Dos días después de los asesinatos de Charlie Hebdo, hubo una preocupante señal en el sitio web de Le Monde de cómo estaban pensando los franceses. Un artículo sobre la matanza superó ampliamente a los demás en popularidad. Las reacciones de los líderes europeos fueron compartidas unas 5.000 veces, las historias de niños musulmanes con sentimientos encontrados unas 6.000 veces, y un relato detallado de la reunión editorial de Charlie Hebdo que se realizaba cuando comenzó el ataque, 9.000 veces. Todas eran superadas por una historia sobre represalias, compartida 28.000 veces: “Mezquitas se convierten en blancos, los franceses musulmanes están intranquilos”. Esos clics son el sonido del temor francés a que algo mayor podría estar en camino.
El problema de Francia tiene elementos de una amenaza militar, un conflicto religioso y un violento movimiento de derechos civiles. No es único. Cada país de Europa Occidental tiene una versión. Durante medio siglo, millones de inmigrantes de África del Norte y sub-Sahariana llegaron atraídos por perspectivas de trabajo, bienestar, matrimonio y un refugio de la guerra. Hay unos 20 millones de musulmanes en Europa, y unos 5 millones están en Francia, según el demógrafo Michèle Tribalat. Eso representa alrededor de 8% de la población de Francia, comparado con alrededor de 5% en total en el Reino Unido y Alemania.
Este tipo de inmigración no es algo que los europeos hubieran aceptado en cualquier otro momento de su historia en general xenófoba, y los políticos que lo permitieron no tuvieron suerte. El movimiento coincidió con un colapso de las tasas de natalidad europeas, que le dieron a la inmigración un impulso imparable, y con el ascenso del islam político moderno, que le dio a la diáspora un componente radical.
Marine Le Pen, líder del partido de ultra derecha y anti inmigración Frente Nacional. Getty Images
Por qué Europa ha tenido estos problemas se puede entender parcialmente al contrastarlo con Estados Unidos. Los estados de bienestar europeos son más desarrollados y, hasta hace poco, más abiertos a quienes no son ciudadanos, por lo que la inmigración ilegal o “subterránea” ha sido baja. Pero las tasas de empleo también han sido bajas. Si los estadounidenses han considerado tradicionalmente a los inmigrantes como el segmento de su población que más se esfuerza en su trabajo, los europeos han tenido el estereotipo opuesto. A comienzos de los años 70, 2 millones de los 3 millones de extranjeros en Alemania integraban la fuerza laboral; para comienzos de este siglo, 2 millones de 7,5 millones trabajaban.
Europa no sólo quedó desorientada por el trauma de la Segunda Guerra Mundial. También quedó desmoralizada y paralizada por la memoria del nazismo y el continuo desmantelamiento del colonialismo. Los líderes sintieron que no tenían la estatura moral para enfrentar problemas obvios, de la misma forma como los líderes estadounidenses evitaron ciertos temas raciales tras la desegregación.
Los europeos sacaron las lecciones equivocadas del movimiento de derechos civiles estadounidense. En EE.UU., había dos temas separados que eran la raza y la inmigración. En Europa, ambos problemas son inseparables desde hace tiempo. Los votantes preocupados por la inmigración fueron acusados ampliamente de racismo, o luego de “islamofobia”.
En Francia, el antiracismo se enfrentó a la libertad de expresión. La aprobación de la Ley Gayssot de 1990, que castigó la negación del Holocausto, marcó un antes y un después. Activistas buscaron expandir esas protecciones al limitar la discusión de una variedad de eventos históricos: la esclavitud, el colonialismo, los genocidios en otros países. Esto tuvo respaldo institucional. En los años 80, el partido socialista del presidente François Mitterrand creó una organización no gubernamental llamada SOS Racisme para movilizar a votantes pertenecientes a minorías y perseguir a quienes trabajaban contra sus intereses.
Organizaciones más antiguas, como el Movimiento contra el Racismo y por la Amistad entre los Pueblos, el cual fue inspirado por el comunismo, se especializaron en amenazar con demandas (a veces concretadas) contra intelectuales europeos por el menor traspaso de la corrección política: la fallecida periodista Oriana Fallaci por su lamento por 11 de Septiembre “The Rage and Pride”, o el filósofo Alain Finkielkraut por dudar de que los disturbios de 2005 en los guetos suburbanos de Francia se debían al desempleo.
Los códigos del discurso han hecho poco por facilitar el ingreso de los inmigrantes y sus hijos a la fuerza laboral, o para reducir el crimen. Pero han intimidado a los votantes europeos, han aislado a los políticos de las críticas y han convertido ciertos temas cruciales en tabús. Los problemas de inmigración y étnicos se han asociado de cerca con la construcción de la multinacional Unión Europea. Los sentimientos “anti-europeos” siguen en aumento.
Los europeos estaban tan impresionados con su propia generosidad que no notaron que la población de inmigrantes de segunda y tercera generación crecía y se fortalecía, se unificaba y se volvía menos propensa a aceptar una instrucción moral. Esto es en parte un problema demográfico. Desde la caída del muro de Berlín, Europa Occidental ha mostrado algunas de las tasas de nacimientos más bajas de cualquier civilización de la que se tenga registro. Sin inmigración, la población europea se reduciría en 100 millones para mediados de siglo, según estimaciones de la ONU.
Cuando comenzó la inmigración masiva, los europeos no pensaron mucho en la influencia del islam. En los años 60, podrían haber existido temores de que un norafricano fuera, por ejemplo, un nacionalista árabe, pero no un potencial jihadista. Demasiados europeos olvidaron que la gente carga un largo pasado, y que, aún cuando no es así, a veces lo desean. La cultura europea, materialista, adquisidora, adversa a Dios y la familia, parecía fría, muerta y poco satisfactoria a los ojos de muchos musulmanes.
Los europeos no sabían lo suficiente sobre el trasfondo cultural de los musulmanes como para intimidarlos de la misma forma en que lo hicieron con los nativos. Los musulmanes no sintieron ninguna de las culpas históricas sobre el fascismo y el colonialismo que afectaron tanto a los europeos no musulmanes. Tenían una libertad de acción política de la que carecían los europeos.
Conforme la política europea se volvió más aburrida y había menos en juego, muchos románticos políticos miraron con envidia a las aspiraciones de los musulmanes pobres, en particular en relación a los palestinos. Su pudo ver una pista de esto recientemente cuando un periodista de la BBC interrumpió a una francesa afectada porque habían intentado asesinar judíos en un supermercado kosher, para decir: “Los palestinos sufren enormemente a manos judías”.
En un mundo que recompensaba la “identidad”, los inmigrantes musulmanes eran aristócratas. Los que se radicalizaron desarrollaron el tipo más monstruoso de autovaloración. Un momento escalofriante en el más reciente drama terrorista se produjo cuando la cadena de TV RTL llamó por teléfono al supermercado kosher donde el maliano-francés Amedy Coulibaly apuntaba su arma a sus rehenes. No quiso hablar pero colgó el teléfono sin prestar atención. El diario Le Monde pudo publicar la transcripción de la estupidez que expresó entonces:
“Siempre intentan hacerte creer que los musulmanes son terroristas. Yo nací en Francia. Si no hubieran sido atacados en otros lugares, yo no estaría aquí (...) Piensen en la gente que tenía Bashar al-Assad en Siria. Estaban torturando gente (...) No intervenimos durante años (...) Luego los bombardeos, coalición de 50.000 países, todo eso (...) ¿Por qué lo hicieron?”.
La comunidad musulmana no debe ser confundida con los terroristas que produce. Pero por sí misma, probablemente carece de los medios, la inclinación y el coraje de enfrentarse a la facción, por más pequeña que sea, que apoya el terrorismo.
Cuando Charlie Hebdo imprimió una cubierta conmemorativa una semana después de los ataques con una imagen de su polémico personaje de historieta “Muhammad”, fue como si los ataques nunca se hubieran producido: voceros de la comunidad musulmana, incluso moderados, emitieron advertencias severas sobre el insulto a ellos y sus correligionarios. Para muchos musulmanes en Francia y el resto de Europa, los nuevos dibujos eran evidencia no de que los terroristas no habían logrado aniquilar una revista, sino que de los franceses no habían prestado atención a una advertencia.
Puede parecer duro criticar a los franceses cuando están de luto, pero están respondiendo hoy con herramientas que les fallaron en crisis previas. Miran reflexivamente a su propia supuesta intolerancia como siempre, de alguna forma, la causa última del terrorismo islámico, y limitan sus esfuerzos a lograr que comunidades de minorías se sientan más a gusto.
Los misteriosos disturbios de 2005 en Francia —que duraron casi tres semanas, durante los cuales los manifestantes no hicieron demandas y no presentaron líderes— fueron atribuidos a las carencias. Los medios franceses respondieron con un intento de contratar más presentadores de noticias y reporteros que no fueran blancos, y el gobierno prometió gastar más en los suburbios. Ahora, luego de los asesinatos en París, las contradicciones se siguen acumulando:
- Sobre religión: Hollande ha insistido en que los ataques “no tienen nada que ver con el islam”. A la vez, el primer ministro Manuel Valls habla de “islam moderado” y critica el “conservadurismo y oscurantismo”, como si la violencia estuviera completamente relacionada con el islam, e incluso con la devoción religiosa en general.
- Sobre espionaje: sectores del gobierno francés culpan a las fallas de inteligencia, ya que los servicios secretos siguieron la pista de los asesinos de Charlie Hebdo Said y Chérif Kouachi hasta mediados del año pasado. Pero los funcionarios del gobierno hacen alarde de su falta de disposición por principios de aprobar una “Ley Patriota a la francesa”, aún cuando usan diariamente inteligencia reunida por EE.UU.
- Sobre odio religioso: la ministra de Justicia Christiane Taubira anunció un asalto total al “racismo y anti-semitismo”, y prometió que quienes atacan a otros debido a su religión serán combatidos “con rigor y resolución”. En teoría, esto suena como una promesa de proteger a los compradores judíos para que no sean asesinados en las tiendas de sus vecindarios. En la práctica, significará colocar límites a cualquier indagación sobre la dinámica interna de las comunidades musulmanas y podría terminar aumentando la amenaza terrorista en lugar de disminuirla.
Lo que se mantiene es la sordera del gobierno y los principales partidos de Francia a la opinión pública (y el voto popular) sobre los temas de inmigración y una sociedad multiétnica. Los índices de aprobación de Hollande han subido desde los ataques, pero aún permanecen por debajo de 30%. En enero de 2013, según el semanario L’Express, 74% de los franceses indicaron que el islam “no es compatible con la sociedad francesa”. Aunque esa cantidad bajó el año pasado, es casi seguro que ahora será mayor.
Los votantes en toda Europa se sienten abandonados por la clase política dominante, por lo cual los partidos populistas están en ascenso en todos lados. Más allá de cual sea el mayor problema inicial de estos partidos en cada país, todos terminan, por la demanda de sus votantes, poniendo a la inmigración y el multiculturalismo en el centro de sus preocupaciones.
En Francia, el Frente Nacional, un partido con antecedentes de extrema derecha, ha sido el gran beneficiario. En las últimas elecciones nacionales, para el Parlamento Europeo, el FN, liderado por Marine Le Pen, encabezó las encuestas. Pero los socialistas en el poder dejaron de lado al FN en las recientes ceremonias nacionales de luto, limitando la participación en la marcha en París a aquellos partidos que calificó de “republicanos”. Esto corre el riesgo de dañar la causa del republicanismo más que la causa de Le Pen y sus seguidores.
Los actos de terrorismo pueden producirse sin sacudir un país hasta sus cimientos. Estos ataques más recientes, tan horrendos como fueron, podrían ser superados si la mayoría en Francia se sintiera segura. Pero no es así. Gracias a guerras en Irak, Siria y Yemen, miles de jóvenes que comparten la indignación de los Kouachis y Coulibaly ahora están entrenados en combate y fuertemente armados.
Francia, como Europa más en general, ha sido descuidada durante décadas. No ha reconocido que los países libres son para gente lo suficientemente fuertes como para defenderlos. Una disposición a unir fuerzas y marchar en solidaridad es una buena respuesta inicial a los espantosos eventos de principios de enero. No será suficiente.
—Caldwell es editor senior del Weekly Standard y autor de “Reflections on the Revolution in Europe: Immigration, Islam and the West”, algo así como “Reflexiones sobre la revolución en Europa: inmigración, islam y Occidente”.