por Fenix » Vie Mar 06, 2015 5:35 pm
Los efectos de la corrupción
por Argumentos Económicos •Hace 10 horas
El fenómeno de la corrupción es un fenómeno muy complejo que produce efectos sobre el corrupto, el corruptor y la sociedad en general. Creo que hay que analizar los efectos que produce desde tres perspectivas.En esta entrada me centraré en analizar las implicaciones que tiene la decisión de corromperse de un político.
La corrupción genera rechazo en todas las sociedades y en todos los tiempos, pero el grado de rechazo es variable. Hay sociedades más permisivas y más severas y también hay momentos de mayor o menor exigencia, pero el corrupto se enfrenta siempre a la posibilidad de tener una pérdida, fundamentalmente derivada del hecho de ser descubierto y condenado. Además, también puede tener una pérdida por razones morales, la mala conciencia. Otra pérdida a la que se enfrenta es la derivada del rechazo social, del hecho de que se deterioren sus relaciones con muchas personas que pueden verse defraudadas si se enteran .
La pérdida moral tiene un componente sujeto a incertidumbre, ya que el corrupto no puede saber como afectará a su conciencia en el futuro haber tomado esa decisión de traspasar la raya de la corrupción. Adicionalmente, en el mismo momento en el que se toma la decisión hay una pérdida, por lo que implica en sí la decisión de corromperse para el bienestar mental. Esa pérdida es en las personas más honradas la principal motivación para no corromperse. Actuar contra tus propios principios es un mal ya desde el mismo momento en el que se actúa. Sin embargo, hay personas que cuando se corrompen no actúan en contra de su conciencia. Puede suceder que sean personas carentes de remordimientos, lo que les facilita el actuar en contra de lo que consideran una forma recta de proceder. Otras personas carecen de esa concepción de lo que debe ser una forma recta de proceder. Y también existen personas con una forma desviada de lo comúnmente aceptado en su forma de proceder, porque tienen unos principios distintos. Hay casos en los que el corrupto simplemente cree que está haciendo lo correcto, lo que le incentivaría a tomar esa decisión que los demás calificaríamos como corrupta.
Las otras pérdidas que puede sufrir el corrupto derivadas de su decisión de corromperse están muy ligadas a la probabilidad de ser castigado o al menos investigado, lo que puede implicar una forma de castigo en la medida que afecte a su reputación. Ese castigo puede implicar pérdida de oportunidades políticas, laborales, de negocio; puede implicar pérdida de relaciones familiares, de amistad, políticas, con meros conocidos; puede implicar sanciones como la inhabilitación, multas o la temida pena de prisión; puede implicar responsabilidades económicas como la condena a devolver aquello que "robó", o a indemnizar perjuicios. Pero esas pérdidas no se producirán si no es descubierto. La probabilidad de que un corrupto sea descubierto depende en una parte del reproche social a la corrupción. Si hay mayor reproche habrá mayores medios para luchar contra la corrupción y la sociedad trabajará para que sean lo más efectivos que sea posible. Sin embargo, no todo en la corrupción son medios. Los resortes de una sociedad contra la corrupción pueden hacer que en un campo concreto la corrupción llegue a desaparecer o, al menos disminuya de forma notable. Así, por ejemplo, si focalizamos todos nuestros medios frente a un tipo muy concreto de corrupción, probablemente ese tipo concreto de corrupción se reduzca mucho. Sin embargo, siempre hay flancos descubiertos. La corrupción se desplaza en la medida que los recursos de los que se disponen para luchar contra ella también se desplazan. Un ejemplo claro son las mejoras en la regulación de un campo concreto. Ese campo se habrá convertido en un campo de más difícil ataque para el corrupto, pero otros campos serán más accesibles relativamente. Se abrirán nuevas vías de corrupción. Es imposible tener controlados todos los focos de corrupción, pero sí que es posible disminuir la corrupción en ámbitos concretos de especial preocupación.
Una de las pérdidas a las que se enfrenta un corrupto es la pérdida derivada de la sanción. Incrementar las sanciones puede hacer que la pérdida que subjetivamente pueda sufrir el corrupto en caso de ser descubierto sea mayor. Sin embargo, la decisión del político no sólo es la decisión de si corromperse o no, sino que también existe una decisión de en qué tipo de actividades corruptas se va a involucrar. Las sanciones tienen un doble límite. Por un lado no se pueden incrementar de manera efectiva por encima de unos determinados niveles. Por ejemplo, se puede condenar a una persona a cumplir 1000 años de cárcel por una sola condena (no ya por la suma de condenas), pero el condenado no va a vivir lo suficiente como para cumplir esa condena. Por otra parte, la valoración subjetiva del perjuicio adicional que le va a suponer un endurecimiento de la condena va cayendo a medida que ésta se hace más severa. Por ello el endurecimiento suele ser más efectivo en aquellas conductas que previamente tienen sanciones menos severas. Pero, a medida que las conductas que previamente tenían un reproche menos severo se van castigando más, en términos relativos las conductas más reprochables se hacen más interesantes para el corrupto. El corrupto podría pensar que puestos a arriesgarse a una sanción que en cualquier caso será muy severa, es preferible corromperse en actividades que le proporcionen mayor beneficio. Esas actividades que pueden producir mayor beneficio al corrupto habitualmente son las que mayor reproche social generan. Esa es una de las razones por las que no todo endurecimiento de condenas es socialmente deseable. Socialmente, de lo que se trata es de encontrar el punto óptimo.
En la mayoría de las actividades humanas sujetas a la incertidumbre o al riesgo existen instrumentos de cobertura que, a grandes rasgos, vienen a ser inversiones que se efectúan para generar un rendimiento que compense una posible pérdida futura. Eso puede ser una justificación para las tramas complejas de corrupción. El corrupto que participa en una trama compleja, y no en una única decisión corrupta aislada, normalmente maneja información sensible de muchas personas, implicándose en actividades que redundarán en beneficios para otras personas. Si se materializa la posibilidad de ser descubierto utilizará esa información como mecanismo de presión para que otras personas de la trama le ayuden a salir de esa situación o, al menos, le compensen de algún modo.
La aversión o propensión al riesgo es otro de los factores relevantes en la decisión del político de corromperse o no corromperse. Al político se le presentan dos opciones. Si no se corrompe tiene más o menos claro lo que le va a suceder, cómo puede ser su vida. Si se corrompe su vida puede ser completamente diferente si es descubierto, en cuyo caso puede tener que afrontar grandes pérdidas, a si no le descubren, en cuyo caso puede obtener grandes beneficios. Está claro que el corrupto tiende a ser una persona amante del riesgo.
Diferente es el caso de quien se corrompe no por iniciativa propia, sino en respuesta a un chantaje. El chantajeado puede tener que afrontar grandes pérdidas de mantenerse firme y ejecutarse el chantaje. puede que se mantenga firme y no se ejecute el chantaje, o que se ejecute pero no tenga los efectos que pretendía el chantajista. Normalmente el político que se enfrenta a un chantaje desconoce cual será el resultado, por lo que no aceptar el chantaje suele suponer una decisión más arriesgada, salvo que sus principios sean tan firmes como para que la pérdida moral garantizada que supondría aceptar el chantaje sea una garantía de que aceptar el chantaje le va a traer un gran perjuicio.
En conclusión, la decisión de corromperse o no de un político es una decisión que está influida por múltiples elementos que conviene analizar. Ponerse en el lugar del político ayuda a comprender mejor su decisión y a diseñar los sistemas apropiados para evitar que esa decisión acabe siendo la de corromperse o, al menos, que no lo haga en las actividades corruptas de mayor reproche social.