por admin » Mié Jun 03, 2015 6:52 am
Migrantes globales se enfrentan a serpientes, murciélagos y bandidos en Panamá para llegar a EE.UU.
METETÍ, Panamá—Ahmed Hassan se tambaleó a través de la densa selva panameña, loco de sed, mientras sus sandalias de goma se resbalaban en el lodo y temía morir a miles de kilómetros de su hogar en Somalia.
“Le dije a mi familia que iría a Estados Unidos, ese era el plan”, dice el camionero de 26 años, que cuenta que huyó a finales del año pasado cuando militantes de al-Shabaab tomaron el control de su aldea. Voló a Brasil y viajó en autobús a Colombia.
En marzo llegó su mayor prueba: cruzar el Tapón del Darién que conecta a Sudamérica con Panamá y con el objetivo final de Hassan: EE.UU.
“No había agua. Había serpientes”, recuerda en un pequeño centro de retención en Metetí, al norte de la selva, con sus piernas llenas de tajos y picaduras debajo de su tradicional sarong. “Pensé que podría morir en esa selva”.
Los migrantes llegan a extremos en busca de un nuevo inicio. Las familias hondureñas colocan a sus niños en trenes con rumbo al norte. Cientos de africanos se ahogaron recientemente enfrentándose al Mediterráneo en un barco sobrecargado de pasajeros. La gente cruza el desierto de Sonora para llegar de México a Arizona.
El indómito Tapón del Darién se ha convertido en una nueva ruta para viajeros que llegan desde países que van desde Cuba hasta Nepal. El alza refleja la dificultad de ingresar a EE.UU. por vías tradicionales como llegar con una visa y quedarse por más tiempo de su plazo autorizado, indica Marc Rosenblum, subdirector del Instituto de Política Migratoria, un centro de estudios de Washington.
“Estas personas están dispuestas a tomar esta ruta riesgosa y complicada”, afirma, “y están haciendo fila para tomarla”.
Las autoridades judiciales y de inmigración estadounidenses dicen que están trabajando para combatir el tráfico de humanos en estas rutas. “Seguiremos usando todas nuestras autoridades investigativas para identificar y desmantelar estas organizaciones delictivas transnacionales”, apunta Bárbara González, asesora sénior para América Latina del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE.UU. (ICE, por sus siglas en inglés).
La sinuosa ruta de Panamá se ha vuelto más atractiva, indican expertos en migración, gracias a la flexibilización de los requisitos para visas y asilo en algunos países sudamericanos y la falta de disposición de algunos países a lo largo de la ruta para realizar deportaciones masivas.
Esto ha abierto la puerta a migrantes que llegan a Sudamérica en avión o buque de carga y se dirigen por tierra hacia el istmo desde Brasil. Después, ante kilómetros de una jungla densa y sin carretera, enfrentan una decisión: cruzar a pie o pagarles a pandillas para que les ayuden a rodearla a bordo de endebles barcos pesqueros costeros.
Los barcos son más veloces pero más caros. Y aunque Panamá manda de regreso a los que desembarcan sin pasaporte, permite la entrada de aquellos que llegan a través de la ruta selvática sin documentos debido a que no hay un puesto fronterizo colombiano cercano adonde regresarlos. Tampoco hay vuelos directos desde Panamá a África y Asia.
Todavía queda el viaje a través de Centroamérica y México, pero los migrantes dicen que el Darién es lo más difícil. “Quiero llegar a EE.UU.”, dice Hawa Bah, de 20 años, quien huyó de Guinea en África Occidental. Hablaba acostada sin fuerzas en un catre en un centro de retención panameño después de perderse en el Darién durante más de 10 días.
Traficantes llevan a migrantes del sudeste asiático por el río Cacarica hacia la frontera con Panamá. Carlos Villalón para The Wall Street Journal
“Estaba siendo obligada a casarme, y estaba preocupada por el ébola”, explica. “Preferiría haber muerto en la jungla que regresar”.
No está claro cuántos hacen el viaje, pero las cifras registradas por la policía de Panamá están aumentando. En todo 2014, Panamá procesó 8.435 migrantes. Tres cuartos de ellos subieron a buques en Colombia y llegaron por las aguas inestables a lo largo del istmo, según las autoridades panameñas.
Sólo en los primeros tres meses de 2015, Panamá detuvo a alrededor de 3.800 migrantes, y cerca de 1.000 llegaron por la selva.
La mayoría de los migrantes que cruzan por la jungla se entregan, a sabiendas de que pueden recibir un refugio temporal y ser liberados si pasan revisiones penales. Panamá señala que libera a la mayoría, ofreciéndoles los papeles para que soliciten asilo o estatus de refugiado. La mayoría se escabulle y sigue el viaje hacia el norte, dice la policía.
Comienza el viaje
El viaje comienza para muchos con un pago a “agentes”, como llaman a los miembros de redes internacionales de tráfico humano, en ocasiones miles de dólares para gestionar boletos de avión, transporte terrestre y coimas a guardias fronterizos. Otros van por su cuenta.
Los migrantes africanos entrevistados en Panamá dijeron que se dirigían a EE.UU., en lugar de Europa, ya que creían que tenían mayores probabilidades de conseguir un empleo y refugio allí.
Las autoridades de inmigración en toda la región y trabajadores humanitarios de la Organización de las Naciones Unidas dicen que este tipo de viajeros han inundado países como Brasil y Ecuador. Las solicitudes de asilo en Brasil ascendieron de 566 en 2010 a 5.882 en 2013, según datos de la ONU. En 2008, Ecuador levantó los requisitos de visa para extranjeros que llegan como turistas. Después modificó su política de visas para algunos, pero muchos cubanos que pasan por Panamá siguen volando primero a Ecuador.
Críticos como Otto Reich, ex secretario ajunto de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, han dicho que la postura de puertas abiertas de Ecuador podría resultar en una amenaza para EE.UU. Además, las autoridades panameñas “saben que van a EE.UU. y una vez que están aquí ya no serán el problema de Panamá”, apunta Reich, que dirige una firma de relaciones gubernamentales y consultoría de comercio.
Javier Carrillo, director del Servicio Nacional de Migración de Panamá, sostiene que es injusto echarle la culpa a Panamá por el problema, ya que los migrantes llegan ilegalmente y pasan por otros nueve países en su camino a EE.UU. Un vocero del organismo de inmigración de Colombia dijo que combate el tráfico de personas y ofrece a los migrantes la oportunidad de solicitar asilo o salvoconductos.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil señaló que “no conoce esta ruta de tráfico humano”. Las autoridades del organismo de inmigración de Ecuador no respondieron a pedidos de comentarios. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Ecuador ha dicho anteriormente que el país no apoya actividades delictivas.
Los cubanos, que dicen que atravesar el Estrecho de Florida se ha vuelto demasiado difícil, son el mayor grupo que rodea o pasa por el istmo. Otras personas de países lejanos también están llegando en cantidades crecientes: Panamá detuvo a 210 somalís que cruzaron el Darién este año hasta fines de marzo, frente a 60 en el mismo período de 2014.
Mohammed Khan, un paquistaní, camina en Panamá luego de venir desde Colombia. Carlos Villalón para The Wall Street Journal
Víboras y murciélagos
La zona de unos 20.700 kilómetros cuadrados conocida como la selva del Darién, que tiene una gran riqueza ecológica pero es inhóspita, desde hace tiempo ha puesto a prueba a aquellos que se adentran en ella.
Los españoles conquistaron el imperio inca hace casi cinco siglos pero tuvieron problemas para dominar el Darién. En la década de 1690, un grupo de escoceses creó un puesto remoto en la costa pera sucumbieron a la enfermedad, la malnutrición y los ataques españoles. En 1854, el teniente de la Armada de EE.UU. Isaac Strain encabezó un equipo de exploración del canal que se perdió durante días, acosados por parásitos y una hambruna. Lo declaró intransitable, y el trazado del canal fue trasladado hacia el norte.
El Darién es la única sección de la Carretera Panamericana que va desde Alaska hasta Argentina que nunca ha sido completada. La ruta termina en la comunidad panameña de Yaviza y se reanuda unos 80 kilómetros después en el noroeste de Colombia. El terreno lluvioso entre medio es hogar de cientos de especies raras, incluyendo víboras y jaguares, y de murciélagos que chupan sangre y mosquitos que pueden transmitir la malaria.
“Es uno de los sitios más calurosos y húmedos del planeta”, explica el general Frank Abrego, jefe de la policía fronteriza de Panamá. “Esa gente que pasa por allá no está preparada”.
También es hogar del Frente 57 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un grupo rebelde que recibe una tajada de las bandas de tráfico humano, señalan habitantes locales y autoridades panameñas. Un grupo narcotraficante, los Urabeños, opera a lo largo de la franja este del istmo.
Para los migrantes, el recorrido de unos 65 kilómetros puede convertirse en una pesadilla de varios días. Los traficantes abandonan a la mayoría del lado colombiano, y terminan perdidos y exhaustos, dicen migrantes y la policía fronteriza. Tragan agua turbia del río, lo que causa forúnculos en la piel y diarrea. Cuerpos en descomposición se pueden junto a los senderos de la jungla.
“Mi amigo no podía caminar, colapsó. Intenté empujarlo para que se moviera pero no podía”, expresa Jawed Khan, un paquistaní de 42 años que cruzó en marzo. La policía fronteriza panameña encontró a su amigo y lo ayudó a llegar a un lugar seguro.
Los grupos normalmente se topan con Paya, una aldea de chozas a unos 16 kilómetros de la frontera colombiana con un puesto de seguridad fronteriza de Panamá. Las fuerzas ofrecen agua, alimentos y atención médica básica, e incursionan en la selva para rescatar a personas que se desploman.
Muchos africanos y asiáticos que llegan a Paya han tirado sus pasaportes mucho tiempo antes, a menudo siguiendo el consejo de traficantes de personas en Brasil que advierten que serán deportados si tienen documentos que muestren que sus visas han expirado; otros nunca tuvieron documentos de viaje legales. Las autoridades los transfieren a centros de retención como el de Metetí, les toman sus huellas digitales y los investigan en bases de datos estadounidenses y otras en busca de historial penal y vínculos terroristas.
La mayoría continúa hacia EE.UU. La política estadounidense permite a los cubanos solicitar la residencia. Las personas que pueden asegurar que sufren de persecución política, religiosa u otra en sus países de origen —como los somalís que huyen de un grupo militante— tienen mayores probabilidades de permanecer y pedir asilo. No obstante, muchos que cruzan a Panamá no tienen planes claros sobre cómo entrarán a EE.UU.
Migrantes de Sri Lanka esperan en el centro de detención en Metetí, Panamá. Carlos Villalón para The Wall Street Journal
Hassan cuenta que su viaje comenzó en noviembre cuando al-Shabaab, conocido por ataques contra civiles en Somalia y Kenia, exigió un recluta varón de cada uno de los hogares en su pueblo, Saacow. Deploraba la violencia del grupo y necesitaba seguir trabajando para mantener a su esposa, hija y padres ancianos.
Su familia había escuchado sobre una complicada ruta a EE.UU., dice, y sus padres lo instaron a que se marchara esa noche. Reunieron todo el dinero que pudieron entre amigos y familiares mientras su esposa empacaba su ropa en medio de sollozos. “Ella no dejaba de preguntar: ‘¿Cuándo vas a volver?’”. Hassan le dijo que no sabía.
A las 2 a.m., le dio un beso a su hija de 2 años que se encontraba dormida y se subió a un camión que iba a Mogadishu. Allí, se enteró de que los militantes, al percatarse que se había marchado, le dieron una fuerte golpiza a su padre de 74 años.
Viajó a Nairobi, y después a Brasil con una visa de turista. No estaba preparado para el Darién. “Esta selva era demasiado difícil”, afirma. “Deseaba no haberme ido de Somalia”.
Hablando en el centro de retención de Metetí, Hassan indica que no había hablado con su familia en meses. No tiene familia en EE.UU. y no está seguro de cómo entrará.
Otros evitan la selva y toman las lanchas de madera a motor desde la ciudad costera colombiana de Turbo. Los migrantes dicen que les pagan US$700 por persona a los Urabeños por el viaje de cinco horas.
Tres tumbas sin nombre de migrantes somalís en Turbo, Colombia. Carlos Villalón para The Wall Street Journal
Asaltados y asesinados
La ruta marítima también conlleva riesgos. En la ciudad costera de Acandí yace la tumba de Roberto Tremble, un cubano que tenía 33 años el año pasado cuando traficantes de personas le robaron y lo asesinaron, indicaron autoridades locales. Un trabajador del cementerio en Turbo dice que ha enterrado a una docena de somalís que fueron asaltados y arrojados al agua.
Los migrantes llegan a Panamá generalmente sin un centavo. Dicen que la policía en los puestos de control colombianos amenaza con deportarlos a menos que les entreguen efectivo, relojes y celulares. Un vocero de la policía colombiana dijo que la fuerza no tolera la corrupción e investiga enérgicamente tales acusaciones. Sostuvo que es conocido que los grupos criminales se hacen pasar por policías.
En Panamá, los migrantes normalmente trabajan brevemente —como empleados domésticos, en construcción, en lavaderos de autos— o reciben transferencias de dinero de familiares para seguir adelante.
En una tarde húmeda de marzo, la policía panameña en un puesto remoto en una cresta costera divisó un barco lleno de migrantes. Se encontraba en aguas colombianas, por tanto no podían detener a los traficantes que desembarcaron su carga humana para que cruzara la frontera.
Minutos más tarde, Yamil González, un cubano de 45 años, se tambaleó por una ladera por encima de la playa, respirando con dificultad. “Agua”, murmuró González, desplomándose contra un árbol mientras sus acompañantes buscaban agua de manera frenética en bolsas de basura negras.
Yamil González, de 45 años, es ayudado por otros migrantes cubanos después de que colapsó mientras caminaba hacia la frontera panameña. Carlos Villalón para The Wall Street Journal
Pronto, se abría paso por la maleza donde había botellas tiradas y sandalias rotas, dejadas por procesiones previas.
“Ha sido duro, muy duro”, dijo su esposa, Yalile Alfonso, de 47 años. “Pero en Cuba no hay nada. Hay que venir por esta ruta”. La pareja estaba bien preparada, con pasaportes, planes detallados para tomar autobuses a la frontera estadounidense y conocimiento de las leyes de asilo estadounidenses.
Las autoridades panameñas estaban esperando, y les permitieron entrar.
Sin embargo, a diferencia de la ruta de la selva, este camino está más cerca de Colombia, por lo que las autoridades fronterizas pueden deportar fácilmente a migrantes sin pasaporte. Eso es lo que le ocurrió a Mohammed Khan. Padre de cuatro niños y oriundo de Swat, una zona paquistaní plagada por la violencia de los talibanes, había llegado con González. Meses antes, la gente de su pueblo había donado US$7.000 para su viaje, contó.
Con un pequeño paquete en su espalda, Khan, de 38 años, lucía exultante mientras bajaba por la ladera hacia el pequeño pueblo de La Miel. La gente le había dicho que la policía panameña sería hospitalaria.
Mohammed Khan, de 38 años, y un grupo de cubanos llegan a La Miel, Panamá. Carlos Villalón para The Wall Street Journal
Pero había desechado su pasaporte hace mucho. Las autoridades fronterizas movieron su cabeza de lado a lado mientras él rogaba: “Por favor, por favor, ayúdenme”. Lo escoltaron de vuelta a la montaña hacia Colombia.
En mayo, Khan envió un mensaje de texto indicando que había reingresado a Panamá por la selva, donde había visto “muchos muertos”. Estaba en Guatemala, esperando a dirigirse hacia el norte.
“Vamos EE.UU.”, escribió por mensaje de texto. “Rece, porfa”.