Ahora hay que liberar a los emprendedores chilenos
Por Mary Anastasia O'Grady
Las cosas no podrían haber salir mejor que en el milagro en el desierto de Atacama en Chile. El rescate de los mineros, sin embargo, también pone de relieve una realidad frustrante: Chile es la economía más moderna de América Latina pero carece de un nivel de influencia regional equivalente a su estatus económico. La razón, tal vez, sea la tendencia de su clase política a disculparse por las políticas que transformaron al país en un modelo de desarrollo.
Sin dudas, el presidente Sebastián Piñera es un héroe por los riesgos que asumió y su compromiso personal con rescatar a los mineros. Tampoco hay que olvidar que la empresa estatal de cobre Codelco lideró la operación. Eso debe haber presentado una cuota de enredos burocráticos y es un tributo más a las destrezas ejecutivas de Piñera.
Esta dulce victoria, no obstante, será fugaz a menos que Piñera, quien encabeza una coalición de centro-derecha, utiliza su creciente capital político, en su país y en el extranjero, para promover las ideas que hicieron que su país fuera capaz de llevar adelante el rescate. Defender la democracia regional y reafirmar los valores chilenos deberían ser tareas fundamentales de su gobierno. También debería serlo promover los derechos económicos en su país, que marcarán la diferencia entre un renovado dinamismo chileno o un retroceso parecido al de Argentina.
El problema es que Chile sigue dependiendo de las liberalizaciones que se realizaron hace más de dos décadas. Desde entonces, los sucesivos gobierno de izquierda erosionaron tales reformas. No es de extrañar que el crecimiento de la productividad se haya reducido. De hecho, durante la gestión de la socialista Michelle Bachelet, la predecesora de Piñera, la productividad cayó un 1,6% anual. Asimismo, los regímenes represivos del continente han estado pisoteando a sus propios ciudadanos e incluso a sus vecinos sin objeciones de Santiago.
Durante sus primeros ocho meses en el cargo, Piñera no ha hecho mucho para retomar las políticas que provocaron el excepcionalismo chileno. Es como si le tuviera miedo a la izquierda. Eso no va a funcionar. Sin un esfuerzo audaz para reducir el tamaño del Estado y volver a dar rienda suelta al espíritu emprendedor, Piñera no podrá cumplir sus promesas electorales de crecer a un 6% anual y crear 200.000 empleos nuevos al año. Fue elegido para hacer esto y su presidencia será evaluado por estos estándares.
Una desilusión temprana para los partidarios de la libertad en la región fue la decisión de Piñera de respaldar al socialista chileno José Miguel Insulza para un segundo mandato al frente de la Organización de Estados Americanos (OEA). Durante su primer período a la cabeza del organismo, Insulza permitió que la institución fuera secuestrada por líderes como el venezolano Hugo Chávez y el boliviano Evo Morales, y no hizo nada para combatir su abuso de poder. Nunca ha quedado claro si es débil o tiene una simpatía intelectual por la izquierda tiranizante. Pero el apoyo de Piñera le garantizó un segundo mandato y aseguró que la OEA no haga nada para molestar a los peores tiranos de la región durante los próximos cinco años.
El propio Chile no es inmune a las violentas tácticas regionales. La presidenta argentina Cristina Kirchner se niega a extraditar a Galvarino Apablaza, quien está acusado de participar en el asesinado del senador chileno Jaime Guzmán en 1991. Este es un claro ejemplo de lo que consigue Piñera al estar demasiado interesado en llevarse bien con los matones del vecindario.
En el frente doméstico, las cosas no están mucho mejor. En respuesta a un devastador terremoto que sacudió al país poco antes de que Piñera asumiera la presidencia, el mandatario subió los impuestos. Lo justificó al decir que el gobierno necesitaba dinero para la reconstrucción. Pero cuando un shock a la oferta hace desaparecer el stock de capital, el gobierno debería trabajar para reducir el sufrimiento del sector privado, no aumentarlo.
Sin embargo, si de asaltos a la inversión se trata, los aumentos de impuestos de Piñera no son nada comparados con su veto unilateral a una planta a carbón planeada por la empresa energética europea GDF Suez en el norte del país. La empresa pasó cinco años trabajando para cumplir con las regulaciones medioambientales de Chile y el 24 de agosto obtuvo los permisos correspondientes. Pero cuando los "medioambientalistas" de izquierda organizaron protestas en todo el país, Piñera llamó a la empresa para decirle que iba a cancelar el proyecto. El 26 de agosto anunció que se había salido con la suya.
Ni que hablar del cumplimiento de la ley, ni mucho menos del crecimiento económico. Chile sin dudas tiene escasez de energía producida en el país y su decisión ha planteado incertidumbre sobre cómo hará frente a sus necesidades para el siglo XXI.
Piñera indicó que sucedió por única vez, y durante una entrevista con The Wall Street Journal en septiembre también hizo hincapié en que los aumentos fiscales son temporales. Sin embargo ahora aumenta las regalías que le pagan las empresas mineras al Estado, lo cual es un impuesto con otro nombre. Su gobierno afirma que quiere mejorar el entorno de negocios, pero la confianza se desvanece.
El espectacular rescate de los 33 mineros atrapados la semana pasada fue una señal de lo mucho que Chile se ha distanciado del socialismo del Tercer Mundo. Pero si el presidente Piñera no tiene cuidado, Chile podría volver a terminar allí.
Escriba a
O'Grady@wsj.com