Toda la evidencia histórica y la comprobación fáctica nos indican que el Estado es un desastre en cualquier cosa que haga, sea seguridad, educación o salud. Podemos decir pues que está científicamente probado que el Estado es negligente por naturaleza. Sin embargo, nuestra clase política sigue predicando más Estado, en una actitud populista e irresponsable que solo puede tener explicaciones psicológicas. Ya estamos llenos de organismos públicos y de leyes que le otorgan el control al Estado para solucionar cada problema de la vida y meterse en todos lados, desde las malas universidades hasta los malos partidos políticos. Solo falta que hagan leyes para regular cómo se pide una pizza en el hogar, alegando, por ejemplo, el fortalecimiento de la democracia familiar y la promoción de la conciencia democrática. Nunca falta esta clase de retórica hueca para justificar cualquier despropósito.
Veámoslo de este modo: el Perú sigue una senda de crecimiento sostenido desde hace unos 20 años, que siguieron a 20 años de decadencia sostenida. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Son solo externalidades? ¿Es que al fin aprendimos a elegir buenos gobernantes? Nada de eso. Toda la diferencia entre una época y otra es el rol del Estado. Desde el gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975), el Estado asumió la dirección de todo. La burocracia decidía cuánto iban a costar el pan, la leche, el azúcar, el aceite, etc. Además, el Estado manejaba empresas en todos los sectores de la economía, desde hoteles y cines hasta supermercados, controlaba a la prensa y regía la vida.
Con ese modelo estatista, sumado a las genialidades de un Alan García en fase de revolucionario antiimperialista, más la acción del terrorismo engendrado por la iluminada izquierda peruana, llegamos a la gran crisis de 1990 que por poco nos saca del mapa. Entonces llegó la Gran Transformación. Alberto Fujimori tuvo el coraje -que es lo primero que hay que tener en la vida- de transformar todo el esquema errático del país de un solo plumazo. Sacó al Estado del rol preponderante que tenía, se eliminaron las empresas públicas y se liberalizó la economía para que sea la realidad del mercado y no los burócratas los que pusieran los precios. Se abrieron las fronteras para competir en el mundo, y el libre comercio nos colocó en la senda del progreso. Estos 20 años de crecimiento continuo son fruto de esos cambios, y así pudimos salir de la crisis, reducir la pobreza y alcanzar bienestar. Pero esto debe seguir porque aun nos falta mucho por delante.
Es el tamaño y el rol del Estado lo que ha determinado si vamos al despeñadero o al crecimiento. No es tanto lo que hace un gobierno. Gracias a las transformaciones estructurales de los 90 el Perú goza por ahora de salud, tanto que puede soportar un mal gobernante sin que le haga mella. Pero hay que tener cuidado y vigilar de cerca el crecimiento del Estado. Poco a poco la demagogia populachera nos está llevando a otorgarle al Estado más y más poder con el mito del "control". Los enemigos de la libertad, que emplean el disfraz de justicieros apelando a una falsa, idílica y utópica "igualdad social", están ansiosos por volver al modelo estatista solo por estupidez ideológica, están locos por hacer su Gran Transformación para volver al pasado funesto de una economía dirigida por burócratas iluminados, donde una plaga de sociólogos hará el “ordenamiento territorial” para determinar dónde se puede hacer minería, qué industrias necesitamos instalar para cumplir el sueño de una “diversificación productiva”, y poner fin al libre comercio para “proteger” nuestra industria nacional. Esta película ya la vimos.
Afortunadamente los desquiciados que pretenden volver al pasado estatista no tienen ninguna aceptación electoral. Pero hay que tener cuidado con cualquiera que diga “tanto Estado como sea necesario”. Primero que arregle el desastre que ya es el Estado. Seguimos esperando la reforma del Estado. Y si no se puede, entonces hay que reducirlo antes de que nos siga frenando cada día más.
Por: Dante Bobadilla