por Fenix » Mié Jun 08, 2016 6:55 pm
Diálogos con Pedro: Los Hijos del Mar
por The Oil Crash •Hace 1 día
- Lo que no entiendo - dijo Pedro - es porqué no se pueden extraer más recursos simplemente invirtiendo más dinero.
- El dinero, Pedro, es una representación del valor, no el valor en sí mismo - le respondió su enseñante.
Pedro no estaba demasiado convencido con esta respuesta. A fin de cuentas Pedro podía comprobarlo cada día, gracias precisamente a que él (en realidad, su familia) disponía de mucho dinero.
- Con el debido respeto a mi Mareth - comenzó así la frase, puesto que uno debía guardar ciertas formas y compostura delante de la mayor eminencia de la isla - no estoy de acuerdo. Cuando yo quiero un objeto, si pago lo suficiente lo puedo conseguir. Si no existe en la isla, puedo pagar lo suficiente para que lo traigan del continente. Y si no existe en el mundo, pagando lo suficiente puedo conseguir que lo fabriquen.
Sus ojos se cruzaron con la mirada severa de su Mareth, y comprendió que tenía que elaborar una respuesta más completa y matizada.
- Por supuesto, si aún no existe la tecnología necesaria para hacer lo que quiero no me lo podrán conseguir - continuó - aunque estoy convencido de que invirtiendo suficiente dinero durante suficiente tiempo se puede conseguir construir cualquier cosa. Al final, por tanto, lo que mueve el mundo y lo que da lugar a los cambios, siempre, desde la construcción de catedrales hasta las guerras, es el dinero.
Había desviado la mirada mientras hablaba por temor a no ser capaz de continuar con su argumento si sentía esos dos ojos penetrantes e inquisitivos clavados sobre sí, pero cuando acabó alzó su mirada y al hacerlo no pudo evitar hacer un leve ademán de desafío. Se arrepintió en seguida: no conocía aún a su enseñante (de hecho, era la primera sesión educacional que celebraban) pero su padre no estaría especialmente contento con Pedro si ya el primer día demostraba ser un muchacho caprichoso y altanero, especialmente teniendo en cuenta lo caras que iban a salir esas sesiones educacionales: la minuta del mejor Mareth de la isla no era precisamente baja.
Contra pronóstico, la severa mirada de su Mareth se relajó y fue reemplazada por una mucho más cálida, con un punto casi de dulzura.
- Otro día, Pedro, hablaremos sobre los límites de la tecnología y los límites que nos imponen las leyes de la Naturaleza - dijo suavemente - Pero hoy querría dejarte claro un concepto básico: el dinero es una representación del valor, pero no es el valor en sí mismo. El verdadero valor de las cosas consiste en los recursos empleados para producirlas.
A Pedro le sonó a la misma cantinela de antes, pero no dijo nada pues comprendió que la lección no había terminado.
- Pedro, el dinero sirve para facilitar los intercambios a las personas, pero no es un instrumento neutro. Según la gobernanza que se le dé al dinero se pueden favorecer intercambios más simétricos o más asimétricos, y se puede garantizar así, sin nunca decirlo explícitamente, que ciertas personas gocen de un acceso privilegiado a los recursos en tanto que otras no puedan ni soñar con verlos.
Aquello sonaba demasiado teórico; afortunadamente para Pedro su Mareth se dio cuenta de que era necesario cambiar de registro para que Pedro pudiera comprenderle.
- Mira, Pedro - dijo su Mareth - te lo explicaré con una historia, la historia de los Hijos del Mar.
Respiró profundamente y comenzó:
- Hace muchos años el mundo era muy diferente. Quizá no era este mundo, ni tan siquiera. La superficie de aquel planeta y aquel momento era toda ella agua, un inmenso océano, y en ese océano había multitud de pequeñas islas, nada parecido a un continente. De todas aquellas islas sólo había una habitada, y la llamaron Tierra, pues era el único lugar donde la gente se pudo asentar.
- ¿Me estás contando un cuento como los que se leen a los niños para ir a dormir? - dijo Pedro, reclinándose en su butaca.
- Te estoy contando una historia donde la realidad es más simple de ver, más evidente - respondió su Mareth - y más bien al contrario deberías abrir muy bien ojos y oídos para comprender.
Pedro se volvió a sentar y no pudo evitar mantener los músculos rígidos durante un buen rato.
- Una particularidad de aquel mundo es que las islas iban a deriva, flotando sobre aquel mar. Con el paso de los siglos, los habitantes de Tierra aprendieron a hacer maniobrar su isla de modo que cuando otra isla pasaba cercana la abordaban y la amarraban firmemente al territorio principal. Con el paso del tiempo las capas de tierra de la isla captada se fusionaban con las del territorio principal y así Tierra se iba haciendo cada vez más grande.
- Y de ese modo Tierra podía dar alimento a más habitantes - dijo Pedro.
- Efectivamente - respondió su Mareth, y prosiguió - Como la población de Tierra siempre iba aumentando lentamente, una de las ocupaciones principales de los terranos era avistar nuevas islas y unirlas a su territorio. Para eso disponían de torres de vigía y un complejo sistemas de timones, remos y velas que les permitía maniobrar para abordar nuevos islotes. Sin embargo, el tamaño de Tierra había crecido considerablemente con el tiempo (ya era más del doble de la extensión original) y cada vez era más pesada y complicada de maniobrar. Así que el crecimiento de Tierra era cada vez más lento y se podía intuir que en breve ya prácticamente no crecería más.
- Un ejemplo de la ley de los retornos decrecientes - dijo Pedro, con la intención de demostrar que se había estudiado las lecciones que había indicado su Mareth antes de venir.
Su enseñante esbozó una breve sonrisa de aprobación y continuó su relato:
- A los terranos que vivían cultivando la tierra las crecientes dificultades de Tierra-formar más islotes les traían al pairo, pero para los poderosos comerciantes y para los líderes de Tierra la expansión de la isla era de una importancia capital. Más territorio significaba más colonos, más agricultores y más población, y por tanto más comercio y más impuestos que recaudar, y al final más riqueza bienestar para ellos.
- Pero, mi Mareth, ¿no podían los comerciantes incrementar su beneficio, simplemente vendiendo mercancías de más valor? - preguntó Pedro.
- Sus clientes eran campesinos que vivían de lo que el campo les daba, y su renta en ese sentido era fija: lo que el campo diera. Si el campo no rentaba más, no podían gastarse más aunque quisieran, con lo que la manera de realizar el beneficio del comerciante puede cambiar, pero tiene un límite máximo que viene dado por la renta del conjunto de los campesinos. Del mismo modo, el gobernante no puede incrementar indefinidamente sus impuestos, pues al final los campesinos se revolverían, cuando comenzaran a tener problemas para dar de comer a sus familias. Su única manera de incrementar la ganancia era con más tierra y más campesinos.
Pedro asintió, y también lo hizo su Mareth, por la satisfacción de comprender que el muchacho seguía sus explicaciones y se implicaba en la historia.
- El caso es que un inventor se dio cuenta de que podían explotar los combustibles fósiles (ya sabes: carbón, gas natural, petróleo) que había en el subsuelo de las islas y usarlos en motores que mejoraron la navegabilidad de Tierra. No sólo eso, sino que gracias a los avances técnicos que permitían las nuevas fuentes de energía se podía incrementar la productividad agrícola y así también expandir la población. Los comerciantes y los líderes estaban entusiasmados con las posibilidades y el resto de los terranos ya se conformaban con lo que tenían; de hecho, para la mayoría supuso una gran mejora de sus condiciones de vida, pues todo tipo de trabajo físico se hizo mucho más liviano.
- Hicieron su Revolución Industrial - dijo Pedro.
- Así es. De ese modo, Tierra empezó a prosperar a un ritmo nunca visto, añadiendo más territorio como nunca antes. La población creció mucho más rápido, pues a la expansión del territorio se le añadió las mejoras en productividad agropecuaria. Los comerciantes se hicieron riquísimos, los líderes aumentaron también su fortuna y en general la población vivía mucho mejor.
Pedro seguía con interés la explicación de su enseñante, y no se dio cuenta en seguida de que se había callado.
- ¿Y entonces, qué? - dijo por fin el muchacho, extrañado de la pausa.
- ¿Qué fue lo que originó la gran expansión de Tierra, Pedro? ¿Fue el dinero? ¿Fue gracias a los grandes capitales que habían acumulado los comerciantes, que se hizo esta expansión posible?
Pedro se quedó pensando un momento.
- En cierto modo sí - dijo el chico, al cabo de un rato - Quiero decir que resulta obvio que la gran expansión viene motivada por la incorporación productiva de grandes flujos de energía fósil, pero seguramente los terranos ya conocía en carbón y el petróleo desde antiguo. Lo que hace posible su utilización para fines productivos es el avance tecnológico, y éste probablemente fue hecho posible por la acumulación de capital, que favoreció que hubiera gente que dedicase tu tiempo a pensar, en vez de a trabajar de Sol a Sol.
Su Mareth le miró con expresión satisfecha.
- Muy bien, Pedro: has dado la explicación de la economía tradicional. No niegas el papel de los recursos, pero consideras que es algo secundario a la capacidad de movilización de los mismos que concede el capital, cuando es suficiente. Aunque no es falsable, es una explicación convincente cuando uno está en la fase ascendente de la curva de acceso a los recursos. Con esa lógica, el acceso a los recursos depende, prácticamente exclusivamente, de poner más capital durante un tiempo suficiente. Veremos qué pasa con tal hipótesis cuando se llega a la descendente del acceso a los recursos...
Pedro no estaba seguro de comprender que quería decir, pero antes de que pudiera decir nada más ella continuó.
- El caso es que, tras varias décadas de expansión acelerada, todo el sistema económico de Tierra estaba diseñado para la expansión sin fin. Las actividades financieras, otrora completamente marginales, ahora ocupaban el centro de la actividad económico. Muchas actividades económicas, antaño impensables, eran las principales fuentes de ocupación laboral, toda vez que el campo, fuertemente mecanizado, rendía como nunca antes ocupando una mínima parte de la mano de obra. Y estas actividades industriales se apoyaban en el acceso al crédito fácil, que les permitía acceder aquí y ahora a recursos necesarios para su expansión (hierro, carbón, aluminio, petróleo) con el compromiso de devolver los créditos con un conveniente interés, cargado a la riqueza que se tenía que generar en el futuro. Todo el modelo podía funcionar mientras el ritmo de crecimiento del territorio de Tierra, y el de los recursos que contenía, continuase creciendo a buen ritmo.
- ¿Qué quiere decir "a buen ritmo"? Quiero decir: ¿cuánto representa eso? - preguntó Pedro.
- Buena pregunta, Pedro. Dado que las empresas cada vez producían más, cada vez pedían más dinero prestado y el interés que se aplicaba a los créditos las obliga a crecer cada vez más rápido, si querían tener la capacidad de devolverlo: en caso contrario, podrían quebrar. El problema del interés compuesto es que obliga a un crecimiento rapidísimo: a un 7% de interés anual todo se tiene que duplicar cada 10 años, es decir, multiplicar por más de mil al cabo de un siglo, o por un millón en sólo 200 años. En Tierra la expansión fue fulgurante debido a que había abundantes islotes por anexionar, y de ese modo el tipo de interés de los créditos se adecuó a la capacidad de expansión: los empresarios veían que, al ritmo al que se anexionaban nuevos islotes, podían aumentar su negocio un 9 o un 10% anual y así se atrevían a solicitar créditos al 7% para poder comprar los recursos necesarios para realmente conseguir tal expansión. Como todo el mundo pedía créditos pero no había dinero para todos, los bancos fijaban un precio al dinero (es decir, fijaban un tipo de interés) que daba preferentemente el dinero a aquéllos que podían expandirse suficientemente rápido como para crecer más que el interés fijado. De ese modo, el interés financiero reflejaba el potencial de crecimiento de la economía.
- No acabo de ver dónde está el problema - dijo Pedro.
Su Mareth le miró pensativa un segundo, y luego le dijo.
- Pedro, ¿sabes qué superficie tiene nuestra isla?
Pedro se asustó un poco: aquello era de Geografía, no de Filosofía Científica; le estaba haciendo una pregunta a traición. Sin embargo, tranquilizándose, se dio cuenta de que se acordada de la respuesta:
- Unos 25.000 kilómetros cuadrados - dijo el muchacho.
- Muy bien. ¿Sabes cuál es la superficie de nuestro planeta? No sufras, yo te la diré: unos 500 millones de kilómetros cuadrados. ¿Cuántas islas como la nuestra cabrían, por tanto, en la Tierra?
Vaya, y ahora una pregunta de Aritmética Mental: realmente era la Mareth más exigente de la isla. Pero aquel cálculo era sencillo:
- La superficie de la Tierra - contestó Pedro - equivale a 20.000 islas como la nuestra.
- Perfecto. Volviendo a nuestra historia: asumiendo que la isla tuviera una extensión inicial como nuestra isla, ¿cuánto tiempo aproximadamente podría crecer a un ritmo del 7% anual, asumiendo que hay islotes suficientes?
- Pues no sé. Millones de años, supongo - dijo Pedro, despreocupadamente.
- Respuesta muy equivocada, Pedro.
La mirada de ella fue muy severa y Pedro comprendió que no podía tomarse el asunto con tanta ligereza.
- A ver - dijo el chico, poniéndose nervioso - antes Vd. dijo que a un 7% anual todo se tenía que duplicar cada 10 años, y por tanto cada siglo se multiplica por... por... ¿por mil?
- Si voy a ser tu Mareth no hace falta que me trates de usted, Pedro - dijo ella, condescendiente - y sí, se multiplicaría por 1.024, por ser exactos, pero digamos que aproximadamente se multiplica por mil cada siglo.
La invitación al trato de confianza ayudó a Pedro a relajarse un poco; recuperada la concentración, Pedro dio con la respuesta.
- Antes de 150 años... más o menos hacia los 145 años de haber comenzado, la isla cubriría toda la superficie de su planeta. - se quedó un tanto sorprendido de su propia respuesta: 145 años no parece tanto, después de todo: Su padre a veces le hablaba de batallas que habían pasado 120 años antes. - Y eso suponiendo que encontrasen suficientes islotes para seguir creciendo.
- Efectivamente. Y ése fue el mayor problema para los habitantes de Tierra: que un día se encontraron con que cada vez había menos islotes para anexionar. Todavía encontraban muchos, muchísimos de hecho, pero no los suficientes para mantener una maquinaria que estaba orientada a crecer y crecer por siempre.
- Perdóneme... - se corrigió a si mismo Pedro - Perdóname, mi Mareth, pero más bien sería un problema para las clases dominantes de Tierra, no para todos sus habitantes; pues los campesinos vivían de lo que producían.
- El problema lo fue para todo el mundo, Pedro, pues por aquel entonces la sociedad terrana había cambiado mucho. Pocos campesinos trabajan la tierra, la cual era mayoritariamente propiedad de empresas que habían mecanizado la explotación. La mayoría de las personas trabajaban para empresas que producían y comercializaban todo tipo de objetos. Todo el mundo necesitaba que las cosas se mantuvieran "como siempre", que en realidad quería decir como habían sido durante las últimas décadas; y en realidad eso era más necesario para las clases bajas que para las altas.
- ¿Y eso por qué? - preguntó él.
- Pues porque los obreros no tenían ya un campo al cual volver, ni tenían recuerdo de lo que era trabajar el campo, y además eran muchos más de lo que habían sido sus abuelos. Cuando los islotes empezaron a escasear y las empresas se dieron cuenta de que no podían devolver los créditos al 7% de interés, se aceleraron las quiebras y los despidos, y empezó a crecer una masa de desposeídos, de excluidos, de gente que no podía ganarse su sustento.
Las arrugas en la frente de Pedro demostraban no sólo que entendía la situación, sino que sabía que no era tan diferente a la que se había vivido en el mundo real, incluso en su isla, no tanto tiempo atrás como para que se hubiera borrado toda memoria de tanta barbaridad como siguió al desposeimiento en masa.
La Mareth debió adivinar sus pensamientos, porque en seguida le preguntó:
- ¿Qué crees tú que deberían haber hecho los terranos, llegado a ese punto?
A él no le costó demasiado pensarse la respuesta.
- Tenían que haber comprendido que nunca más volverían a encontrar tantos islotes y tendrían que haber aprendido a vivir con lo que realmente podrían conseguir. Adaptarse a lo que tenían, que sin duda era mucho más que lo que cualquier generación anterior había tenido.
Aunque la respuesta le sonó un poco a cantinela aprendida (seguramente, su padre se la había dicho muchas veces) la Mareth se dio por satisfecha. A continuación, le formuló la siguiente pregunta:
- ¿Y qué crees que hicieron, en realidad?
Tampoco le costó mucho pensar esta respuesta, y sonó más convincente y personal esta vez:
- No hicieron ni caso. Siguieron haciendo las cosas como las habían hecho hasta ese momento, y eso al final les llevó al caos, la destrucción y la muerte.
- Bueno, bueno, tampoco no nos pongamos tan dramáticos. Siempre hay tiempo para rectificar, aunque cuanto más se tarde peores serán las consecuencias, lógicamente. Lo que es interesante resaltar es que al principio actuaron con la misma lógica que tú utilizabas hace un rato, cuando me decías que pagando suficiente dinero se podía conseguir cualquier cosa.
Al fin él entendía a dónde quería ir a parar. Ella prosiguió:
- Los grandes comerciantes, los grandes empresarios, el sector financiero y los líderes de Tierra decidieron que el problema no era su modelo (de sociedad, de economía) sino encontrar más recursos. Así que decidieron asignar más dinero (y por tanto, dar acceso a más recursos) a la exploración de nuevas fuentes de energía y de materiales de manera que las empresas pudieran continuar con la expansión acostumbrada (entiéndase, desde su Revolución Industrial). El problema es que el dinero no sustituye al petróleo, el carbón o el acero. Así que se lanzaron a hacer auténticas barbaridades para intentar mantener su sistema de crecimiento infinito. Cambiaron sus leyes ambientales, laborales y sociales para explotar residuos muy marginales, que se extraían con minas a cielo abierto o fracturando la roca en profundidad, inestabilizando la isla y contaminando las reservas de agua, o arrasando bosques milenarios para extraer una brea viscosa que, tras complicados tratamientos químicos que generaba muchos residuos tóxicos, daban algo parecido al petróleo. Destruían enormes partes de la isla para intentar exprimir unas gotas más de los recursos, solamente para intentar seguir creciendo como antes, sin conseguirlo. Cambiaban la regulación del sistema financiero para que se pudiera prestar dinero a esos negocios ruinosos en contra de toda lógica, y cuando comenzaron las quiebras desviaron dinero público, recaudado de los impuestos de todos los terranos, para mantener a flote esas empresas, simplemente para intentar seguir creciendo cuando la cosa ya era imposible. Pensaron que lanzando toneladas de dinero sobre el problema lo iban a solucionar, cuando en realidad lo que hicieron fue agravarlo. Mientras tanto, el tamaño de la economía iba decreciendo y con ella las oportunidades de negocio financiero, que se iban adaptando al ritmo menguante de los recursos. En un momento dado, los tipos de interés llegaron al 0% y luego se hicieron negativos. El modelo basado en el crecimiento, simplemente, llegó a su fin con la incapacidad de encontrar cada vez más recursos.
Pedro asintió. Al fin entendía por qué el dinero no puede abrirse paso delante de todo; por qué creer que el dinero todo lo puede es una ilusión favorecida por la disponibilidad de crédito fácil, fruto de una época en la que los recursos son abundantes, y que aferrarse a esa ilusión, a esa quimera, resulta letal cuando los recursos comienzan a escasear.
- Ahora lo entiendo; gracias, mi Mareth - dijo por fin el muchacho - Ya sé que sólo es una historia, mi Mareth, pero, al final: ¿qué pasó?
Ella abrió la boca con una ancha sonrisa y dijo
- Es muy humano y hasta cierto punto inevitable que todos queramos poner un fin coherente a cualquier historia, aunque sea una mera parábola. Poner un final, negro o dorado, a cualquier historia es tentador, pero no debemos quedarnos prisioneros de una visión concreta de los problemas. Lo que les pasó a los terranos no estaba escrito, no era inevitable: ellos eligieron su desenlace. Igual que nosotros.
El chico se quedó callado unos minutos, absorto en sus pensamientos. Su Mareth comprendió que la lección ya estaba impartida y que su trabajo de aquel día ya estaba terminado. Poniéndose en pie y recogiendo sus cosas, ella dijo:
- Creo que ya basta por hoy. Para acabar la lección, quiero que hagas el siguiente ejercicio: ¿en qué se parece y en qué se diferencia la sociedad terrana de la nuestra? Me entregarás un ensayo razonado de no menos de 4 páginas el día de nuestra próxima sesión educacional.
Pedro tomaba notas apresuradamente mientras miraba cómo se preparaba para irse, y tragando saliva le preguntó algo que había deseado decirle durante toda la lección:
- ¿Puedo llamarte María? - dijo Pedro, y no puedo evitar bajar la mirada, un poco sonrojado y avergonzado.
A ella le hizo gracia tanto el descaro como el azoramiento del muchacho; por un segundo pensó puntualizarle: "Señora María, para tí", pero después se sonrió y le dijo:
- Por supuesto, Pedro. - y dándose la vuelta, añadió - Nos vemos la semana que viene.