por admin » Vie Nov 12, 2010 11:23 pm
El nuevo malestar y cómo acabar con él .Ar
Por Kevin M. Warsh
Luego de un impulso cíclico a comienzos de este año, el estado actual de la economía de Estados Unidos es poco impresionante: un crecimiento modesto, altos niveles de desempleo, salarios estancados, bajos niveles de confianza de los consumidores y las empresas, y mercados financieros volátiles. Extrapolando de datos recientes, muchos predicen sólo una recuperación mediocre en los próximos años. Lo llaman "la nueva normalidad". Yo lo llamo el nuevo malestar.
La teoría imperante señala que las autoridades estadounidenses no deberían negar nuestro destino inevitable. Deberíamos aceptar mejoras menores en la producción, el empleo y la productividad. Deberíamos resignarnos a la nueva normalidad y trazar políticas acordes. Esa es la última y mejor esperanza, sostienen, de preservar los vestigios que quedan de una era dorada que ya no existe.
Rechazo esta opinión. Considero que este ethos emergente es peligroso y derrotista, y está desacreditado por la propia excepcional historia económica de EE.UU. Nuestros ciudadanos no son víctimas involuntarias de un destino inevitable. El actual período de poco crecimiento y alto desempleo es real, pero no necesita persistir. No deberíamos reducir nuestras expectativas. Deberíamos mejorar nuestras políticas.
Las políticas macroeconómicas generales no cambiaron de dirección en los últimos años. Pero deben cambiar si queremos prosperar. Ya no podemos darnos el lujo de tolerar políticas económicas que apuntan al aquí y ahora. El cortoplacismo crónico en la conducta de la política económica ha hecho mucho para llevarnos a este punto peligroso.
.Las autoridades deberían ser escépticas de los beneficios a largo plazo de las soluciones temporales cuando se trata de resucitar al gran poder económico mundial. Desde comienzos de 2008, las autoridades fiscales han buscado llenar el agujero dejado por la caída de la demanda a través de estímulos temporales de gran tamaño: cheques enviados por correo para impulsar el consumo, reembolsos temporales para viviendas para aumentar la demanda, programas de canje de autos viejos por nuevos para movilizar inventario, y créditos impositivos empresariales temporales para estimular la inversión.
Estos programas pueden haber impulsado el Producto Interno Bruto durante un trimestre o dos, pero eso es nada que se le parezca a un análisis completo de sus efectos. Estos programas de estímulo hicieron poco para poner a la economía en una trayectoria más sólida y sostenible. Una política fiscal saludable debe hacer más que volver a conectar a los consumidores con hábitos viejos y dañinos.
Las autoridades deberían darse cuenta de la importancia crítica del lado de la oferta de la economía. El lado de la oferta establece la capacidad productiva de la economía. La recuperación luego de una recesión requiere que el capital y la mano de obra sean redistribuidos. Pero la reasignación de estos recursos hacia nuevos sectores y empresas ha sido dolorosamente lenta e interrumpida de forma innecesaria. Estamos sintiendo los efectos negativos.
Las autoridades fiscales deberían resistirse a la tentación de aumentar los gastos del gobierno de forma continua para compensar reducciones del consumo privado y la inversión. Una dieta económica estricta de austeridad fiscal tiene gran atractivo, una clase de penitencia que se debía por los excesos del pasado. Pero la economía del tratamiento de conducto tampoco constituye una política económica óptima.
EE.UU. estaría mejor con una tercera vía: una política económica pro-crecimiento. EE.UU. y las economías mundiales necesitan un crecimiento económico más sólido de forma urgente, y la adopción de políticas económicas pro-crecimiento fortalecerían los incentivos para invertir en capital y mano de obra en el horizonte, lo que allanaría el camino para una sólida creación de empleos y estándares de vida más altos.
Las políticas pro-crecimiento incluyen la reforma del código impositivo para hacerlo más simple, transparente y conductivo a la inversión a largo plazo. Estas políticas también incluyen una reforma regulatoria real para que las firmas —financieras y de otro tipo— conozcan las reglas, y luego tengan éxito o fracasen. Los reguladores deberían ser hostiles a la búsqueda de renta por parte de los establecidos y ser hospitalarios con las empresas cuyos nombres no conocemos. Finalmente, el ascenso del proteccionismo comercial es desfavorable para las políticas pro-crecimiento. EE.UU. le debería dar señales al mundo de que está listo para retomar el liderazgo en el comercio.
El desapalancamiento de nuestros hogares y las empresas no es un comportamiento que debe ser impedido, sino prudencia buena para celebrar. Estados de cuentas corporativos más grandes y más líquidos y las mayores tasas de ahorros personales son las respuestas razonables y correctas a un enorme desahorro del gobierno y a políticas gubernamentales impredecibles. La pronunciada corrección en los mercados inmobiliarios, aunque dolorosa, fija los cimientos para la recuperación, mucho mejor que los incontables programas que han buscado subsidiar y temporizar el inevitable cambio de precios. Son estas transacciones en nuestra economía de mercado —y la adopción de políticas fiscales, regulatorias y comerciales que alienten el crecimiento— las que establecen la base de una prosperidad mayor y más sostenible.
La política monetaria también tiene un rol importante. Sin embargo, la Reserva Federal no es una tienda de reparaciones para políticas fiscales, comerciales o regulatorias fallidas. Considerando lo que nos aqueja, medidas adicionales de política monetaria son pobres sustitutos de medidas más enérgicas pro-crecimiento. La Fed puede perder su credibilidad que tanto le costó ganar —y la política monetaria puede perder su considerable influencia— si sus políticas prometen de más o hacen menos de lo que prometen.
La semana pasada, mis colegas y yo en el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) nos involucramos en este debate. El FOMC anunció su intención de comprar otros US$75.000 millones de valores del Tesoro de EE.UU. a largo plazo por mes hasta el segundo trimestre de 2011. EL FOMC no se comprometió de forma incondicional o flexible. Creo que la acción del FOMC es necesariamente limitada, circunscripta y sujeta a revisión regular. Las políticas deberían ser alteradas si se cumplen ciertos objetivos, si beneficios pretendidos desilusionan, o si potenciales riesgos amenazan con materializarse.
Tasas más bajas sin riesgo y precios más altos de valores —si son sostenidos— podrían fortalecer los balances de los hogares y las empresas, y aumentar la confianza en la fortaleza de la economía. Pero si la debilidad reciente del dólar, el aumento en los precios de los commodities y otros indicadores de cara al futuro continúan y se trasladan a los precios finales, el objetivo de estabilidad de precios de la Fed podría no seguir siendo una razón de política convincente. En ese caso —incluso con una tasa de desempleo todavía alta— tendríamos motivos para considerar el camino de las políticas. Esto es aún más verdadero si las expectativas de inflación aumentan sustancialmente.
La mayor presencia de la Fed en el mercado de valores del Tesoro de EE.UU. a largo plazo presenta riesgos significativos que hay que contemplar. Los precios asignados a valores del Tesoro —la tasa libre de riesgo— son los cimientos desde los cuales se calculan los precios de casi todos los activos en el mundo. A medida que se expande el balance de la Fed, se convierte más en una institución que fija precios, en lugar de aceptarlos, en el mercado de bonos del Tesoro de EE.UU. Si los participantes del mercado llegan a dudar de estos precios —o si su dependencia de estos precios resulta fugaz— las primas por riesgo en toda clase de activos y geografías podrían cambiar de forma inesperada.
Fuera de EE.UU. —como consecuencia de una política monetaria estadounidense más expansiva y otras distorsiones en el sistema monetario internacional— vemos una tendencia creciente por parte de las autoridades a intervenir en los mercados cambiarios, implementar medidas unilaterales, instituir controles de capital improvisados y recurrir a políticas proteccionistas. Las medidas extraordinarias tienden a engendrar contramedidas extraordinarias. Mayores tensiones en los mercados cambiarios y de capital podrían conducir a una recuperación global más prolongada y complicada.
Una política monetaria responsable en el ambiente actual requiere de atención no sólo en las condiciones macroeconómicas a corto plazo, sino también en los riesgos resultantes con efectos a largo plazo. Si estos riesgos amenazan con materializarse, de cualquier forma en que se calculen las probabilidades, tengo confianza en que el FOMC tendrá las herramientas y la convicción para ajustar políticas de forma apropiada.
—Warsh es miembro de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal de Estados Unidos.