Mats Wilander: De Wimbledon a una casa rodante
Por Tom Perrotta
Mats Wilander, el ex número uno del tenis mundial, ganó siete títulos Grand Slam en una carrera que lo catapultó al Salón de la Fama de ese deporte. Si desea tomar una clase de tenis con él, por favor llame al 001-787-GET-GAME y concertará una cita en su club más cercano (si vive en Estados Unidos) y llegará allá en su Winnebago (casa rodante).
"Al principio pensé que era una broma", cuenta Andrew White, un operador de bonos en III Offshore Advisors, quien juega en el Bear Lakes Country Club en West Palm Beach, Florida, donde Wilander lo ha visitado en los últimos dos años. "Pero llegó".
Los adictos al tenis han acudido por años a los campamentos "de fantasía" para jugar y socializar con los grandes de todos los tiempos. Pero, ¿un campamento de fantasía ambulante?
"Es raro", dice George Bezecny, el tenista profesional que dirige Fisher Island en Miami, a donde Wilander realizó dos presentaciones en febrero. "No necesita hacerlo. Es increíble que lo haga".
No es raro que los ex número uno del tenis encuentren otra ocupación después de retirarse. John McEnroe ha desarrollado una lucrativa carrera como comentarista y hace poco abrió una academia de tenis. Ivan Lendl ha comenzado a jugar de nuevo en exhibiciones. Jimmy Connors estuvo una temporada como entrenador de Andy Roddick y ahora es un comentarista del canal de televisión, Tennis Channel.
Para muchos, el trabajo no es una opción. Las carreras de tenis son tan cortas (muchas acaban a los 30 años) que incluso los mejores jugadores han tenido problemas para acumular el tipo de fortunas que les permita descansar. Bjorn Borg estuvo al borde de la bancarrota y hace varios años consideró la venta de sus trofeos de Wimbledon.
Wilander, de 46 años, tiene un buen estado financiero. A lo largo de su carrera, ganó casi US$8 millones, y aún más en patrocinios y exhibiciones. Es propietario de una casa de 33 hectáreas en Sun Valley, Idaho, donde vive con su esposa por 24 años, Sonya, y sus cuatro hijos. Además, es comentarista de Eurosport y una presencia habitual de los circuitos senior, que ha entrenado a jugadores y fungido como capitán de la Copa Davis de Suecia.
.Sin embargo, dice, siempre deseó pasar menos tiempo en los aviones y en los hoteles y más tiempo creando un negocio propio. Así que en un campamento de fantasía en Vermont hace unos años, tuvo una idea. Algunos jugadores de Las Vegas se habían quejado de que el costo del campamento y la molestia de viajar era una carga demasiado pesada. "Así que pensé, '¿Por qué yo no voy hacia ti?'", explicó Wilander. "Me gusta acampar, me encanta enseñar tenis".
Wilander on Wheels (Wilander sobre ruedas), LLC, también conocida como WOW, es una operación de dos hombres. Wilander es el que maneja a donde los llaman. Cameron Lickle, un ex jugador profesional, socio de Wilander y el otro instructor de la empresa, dirige el negocio. Su plan es viajar al menos 12 semanas al año y les gustaría enseñar en todos los 50 estados del país.
Por una clase de hora y media con ocho jugadores, cobran apenas US$200 por persona. Las clases particulares y las visitas a domicilio cuestan más. Un día completo en un club incluye dos clases y una exhibición. Los clientes son en su mayoría jugadores aficionados, desde treintañeros que se están tomando un día libre de la oficina hasta jubilados.
Con mucho gusto, Wilander y Lickle también los acompañarán a almorzar o cenar, y hasta puede que pidan permiso para pasar la noche en el estacionamiento. "A veces es muy tarde para encontrar un estacionamiento para casas rodantes o un campamento", sostuvo Wilander.
La filosofía de tenis de Wilander es simple: corre más, y preocúpate menos de la técnica. Su enfoque: castigar.
"No había trabajado así desde los entrenamientos de fútbol en el colegio", dijo White, el operador de bonos, de su primer encuentro con Wilander el año pasado. "Casi nos morimos".
En sus años de gloria, Wilander parecía deslizarse a lo largo de la cancha sin gastar energía. Su secreto es que no suda, de forma que puede enseñar durante casi cuatro horas, bajo un sol achicharrante y un calor de 27 grados centígrados, en camiseta de algodón y terminar con apenas un rastro de sudor bajo los brazos. Bebe poca agua y sus comidas son pequeñas. "Mi composición genética es un poquito loca", dice.
En la cena, los hombres tienden a rodear a Wilander y hacerle preguntas sobre otros grandes jugadores, el rival más duro al que jamás se haya enfrentado (Steve Denton, un tejano apodado "El Toro"), y por qué los estadounidenses no son tan buenos en el tenis en estos días (es complicado, pero el movimiento de sus piernas es una de las razones). Las mujeres tienden a acercársele más a Lickle, cuya apariencia es más la de un surfista californiano que de un ex teniente de la Marina de EE.UU.
Después de acabar con varios platos de sushi en un restaurante de la playa en Fisher Island, Bárbara Goldin, la presidenta del comité de tenis de la isla, preguntó lo inevitable: ¿Mats, dónde pasarás la noche?
"Estamos durmiendo en la Winnebago", respondió Wilander. Goldin hizo una pausa. Luego sonrió. "¿Y te gusta?", preguntó ella. "Mucho", asintió Wilander.