por admin » Sab Oct 08, 2011 7:06 am
El Steve Jobs que yo conocí
Por WALTER MOSSBERG
Justin Sullivan/Getty Images
Jobs, en junio de 2010
.Desde su retiro como presidente ejecutivo de Apple en agosto, se ha escrito muchas veces que Steve Jobs era un genio, una enorme influencia en múltiples industrias y miles de millones de vidas. Fue una figura histórica en la escala de Thomas Edison o Henry Ford.
Hizo lo que debería hacer un presidente ejecutivo. Contratar e inspirar a gente grandiosa; administrar pensando en el largo plazo, no en un trimestre o el precio de las acciones a corto plazo; hizo grandes apuestas y tomó enormes riesgos. Insistió en la máxima calidad del producto y en la producción de cosas para deleitar y conferirle poder a los usuarios reales, no a los intermediarios, como los directores de los departamentos de tecnología de la información. Como le gustaba decir, vivía en la intersección de la tecnología con las humanidades.
Y podía vender. Sí, podía vender.
Pero había un lado más personal de Steve Jobs, y yo tuve la suerte de ver un poco de ese costado, porque conversé horas con él, a lo largo de los 14 años que condujo Apple. A continuación, algunas historias que ilustran al hombre que conocí.
Las llamadas telefónicas. No conocí a Jobs en su primera etapa en Apple. Yo no cubría tecnología por entonces. Y sólo lo vi una vez entre sus apariciones en la empresa. A los pocos días de su regreso en 1997 comenzó a llamarme a casa, los domingos por la noche, durante cuatro o cinco fines de semana consecutivos. Como periodista experimentado, sabía que quería adularme para tenerme del lado de una tambaleante empresa cuyos productos yo había recomendado alguna vez, pero que últimamente había criticado.
Justin Sullivan/Getty Images
Jobs posando con una pantalla de 30 pulgadas en 1994.
.Sin embargo, eran más que meras llamadas. Se convertían en maratones telefónicas de 90 minutos, de amplio alcance, discusiones off-the-record que me revelaban la impresionante amplitud de ese hombre. En un momento podía estar hablando de ideas radicales para la revolución digital. Pero un minuto después podía tratarse de por qué los productos de Apple de ese entonces eran horribles y cómo un color, o ángulo, o curva eran vergonzosos.
Después de la segunda de esas llamadas, mi esposa se molestaba por la intromisión que hacía en nuestros fines de semana. A mí no me molestaba.
Luego, Jobs me llamaría algunas veces para quejarse de algunas críticas, o partes de ellas, aunque en verdad siempre me sentí muy cómodo recomendando la mayoría de sus productos para el promedio de los consumidores no aficionados a la tecnología.
Yo sabía que se quejaría porque comenzaba sus llamados diciendo: "Hola, Walt. No te llamo para quejarme de la columna de hoy, pero si te parece bien tengo algunos comentarios".
El optimista. No tengo manera de saber cómo Steve hablaba con su equipo durante los días más oscuros de Apple en 1997 y 1998, cuando la empresa estaba al borde del precipicio y se vio obligado a recurrir a su archirrival Microsoft para un rescate. Desde luego, tenía un lado desagradable, su lado volátil, y supongo que, entonces y después, salió a relucir dentro y fuera de la empresa.
Pero honestamente puedo decir que, en mis numerosas conversaciones con él, el tono dominante que utilizaba era de optimismo y certeza, tanto en relación con Apple como con la revolución digital en su conjunto. Incluso cuando me hablaba acerca de su lucha para conseguir que la industria de la música le permitiera vender canciones digitales, o quejarse de sus competidores, al menos en mi presencia, su tono se caracterizó siempre por la paciencia y una visión de largo plazo.
Esa cualidad quedó de manifiesto cuando Apple abrió su primera tienda minorista. Él mismo ofrecía un tour a los periodistas, tan orgulloso de la tienda como un padre de su primer hijo. Yo comenté que, sin duda, solo habría un puñado de tiendas, y pregunté qué sabía Apple acerca de la venta minorista. Me miró como si estuviera loco, me dijo que habría muchas tiendas, muchas, y que la empresa había pasado un año ajustando el diseño de los locales, utilizando una maqueta en un lugar secreto. Me burlé de él preguntando si él, personalmente, a pesar de sus pesadas responsabilidades como presidente ejecutivo, había aprobado pequeños detalles como la transparencia del cristal y el color de la madera. Jobs me respondió que sí, por supuesto.
Las presentaciones de productos. A veces, no siempre, él me invitaba a ver algunos grandes productos antes de que fueran lanzados. Nos reuníamos en una sala gigante, acompañados por unos pocos de sus colaboradores, e insistía —incluso en privado— en tapar los nuevos dispositivos con una tela para luego descubrirlos como el gran showman que era, con brillo en sus ojos y pasión en su voz. A continuación, a menudo nos sentábamos para una larga, muy larga discusión acerca del presente, el futuro y los chismes de la industria.
John G. Mabanglo/AFP/Getty Images
Jobs en enero de 2000
.Todavía recuerdo el día en que me mostró el primer iPod. Me sorprendió que una empresa de informática se ramificara a reproductores de música, pero él explicó, sin especificar, que veía a Apple como una empresa de productos digitales, no como un fabricante de computadoras. Fue lo mismo con el iPhone, con la tienda de música iTunes, y después con el iPad, que él me pidió que fuera a ver a su casa, porque estaba demasiado enfermo como para ir a la oficina.
Agua con hielo en el infierno. Para nuestra quinta edición de "All Things Digital Conference" (un evento organizado por The Wall Street Journal), tanto Steve como su viejo adversario, el brillante Bill Gates, sorprendentemente aceptaron una aparición conjunta, su primera entrevista en común de largo aliento. Pero casi se echa a perder.
Ese día temprano, antes de que llegara Gates, hice una presentación a solas con Jobs, y le pregunté qué se sentía ser un importante desarrollador de Windows, dado que el programa iTunes de Apple, era por entonces instalado en cientos de millones de computadoras personales con Windows.
Él bromeó: "Es como dar un vaso de agua con hielo a alguien en el infierno".
Más tarde, cuando llegó Gates y oyó acerca del comentario, se enfureció, por supuesto. En una reunión antes de la entrevista, Gates le dijo a Jobs: "Se supone entonces que yo soy el representante del infierno".
Jobs sólo le tendió una botella de agua fría. La tensión se rompió y la entrevista fue un éxito, con ambos desenvolviéndose como estadistas. Cuando todo acabó, el público los ovacionó de pie, algunos de ellos con lágrimas.
El paseo. Después de su trasplante de hígado, mientras se recuperaba en su casa en Palo Alto, Steve me invitó a ponernos al día. Se convirtió en una visita de tres horas, marcada por un paseo a un parque cercano que él insistió que tomáramos, a pesar de mi nerviosismo sobre su frágil estado de salud.
Me explicó que caminaba todos los días, y que cada día se imponía una meta más alta, y que ese día, el objetivo era el parque del barrio. Mientras caminábamos y hablábamos, se detuvo de repente. No se veía bien. Le rogué que regresáramos a la casa, señalándole que no sabía las técnicas de la reanimación cardiopulmonar y que podía visualizar el titular: "Reportero incapaz deja morir a Steve Jobs en la acera".
Sin embargo, él se rió y se negó. Después de una pausa, mantuvimos la dirección hacia el parque. Nos sentamos en un banco por allí, hablamos acerca de la vida, nuestras familias y nuestras respectivas enfermedades (yo había tenido un ataque al corazón algunos años antes). Me dio un sermón sobre cómo mantenerme saludable. Y luego regresamos. Para mi eterna tranquilidad, Steve Jobs no murió ese día. Pero ahora sí ha muerto, demasiado joven, y es una pérdida para todo el mundo.