por admin » Dom Jun 14, 2015 1:49 pm
El experimento para acabar con la pobreza
Niños se bañan en contenedores de plástico llenos de agua al lado de un campo en Ahmedabad, India. amit dave/Reuters
Estados Unidos y otros países desarrollados han invertido billones de dólares durante los últimos 50 años para acabar con la indigencia en el mundo, pero los resultados han sido, en su mayor parte, decepcionantes. En 1966, poco después de que el presidente Lyndon B. Johnson anunciara su guerra contra la pobreza, 14,7% de la población se encontraba en esa categoría, según la definición de la Oficina del Censo estadounidense. En 2013, la cifra de pobres llegaba a 14,5%.
v En 1981, 2.600 millones de personas en todo el mundo subsistían con ingresos inferiores a US$2 al día. En 2001, eran 2.200 millones. La mayor parte del avance se produjo en China, pero la pobreza prácticamente no ha cedido en buena parte de África subsahariana, el sur de Asia y América Latina. v ¿Es hora de un nuevo enfoque? Muchos expertos en el tema creen que sí y que una nueva generación de programas experimentales que ayudan a los pobres a ahorrar más y vivir mejor es muy promisorio.
Linda Hanson, una residente de 64 años de Duluth, Minnesota, se desempeña como asistente administrativa de una organización local que ayuda a los discapacitados. Glenn, su marido de 64 años, es un conductor jubilado del sistema de autobuses de la ciudad. Ahora, la pareja disfruta de cierta estabilidad financiera, pero a inicios de 2014 sus deudas parecían inmanejables. Linda había perdido su empleo, el negocio familiar de banquetes había fracasado y habían acumulado un pasivo de US$28.000 en sus tarjetas de crédito.
Las deudas eran tan altas que tenían problemas para cumplir con el pago mínimo mensual, cuenta Linda. Hasta que se enteraron del programa “Pay and Win” que ofrecía una iglesia luterana de Duluth para ayudar a los deudores a manejar sus finanzas. Quienes pagaban sus préstamos en forma constante todos los meses podían participar en una rifa. “Cuando uno sabe que hay una esperanza de ganar”, dice Linda, “es una gran motivación”. La pareja pronto ordenó sus finanzas y en enero ganaron el premio mayor de la rifa: US$5.000 que usaron para reducir el principal de su deuda. “Vamos a salir bien parados”, señala Linda.
En el área de la ciudad de Butuan, en Filipinas, un programa con un objetivo semejante fue establecido en 2002 por un equipo de economistas entre quienes figuraba Dean Karlan, de la Universidad de Yale. El programa ofrecía a más de 700 personas una cuenta bancaria que les permitía ahorrar durante meses y designar los fondos para usos específicos, como educación o la compra de una vivienda. Estudios de seguimiento indicaron que los participantes ahorraron, en promedio, 82% más que familias similares que ahorraron mediante cuentas bancarias tradicionales.
Muchos de estos luchadores contra la pobreza se denominan “randomistas”, en alusión a los ensayos controlados aleatorios (random en inglés) que utilizan. En esta clase de experimentos de campo, los participantes son asignados de manera aleatoria a un grupo de tratamiento que recibe una “intervención” o a un grupo de control que no la recibe. El experimento recopila y analiza datos en forma meticulosa y luego trata de replicar los resultados en otros lugares para determinar su validez.
Un informe publicado en el número de mayo de la revista Science halló que los métodos de los randomistas no solamente funcionan, sino que perduran. En Etiopía, Ghana, Honduras, India, Pakistán y Perú, 10.495 hogares, cerca de la mitad de los cuales ganaba menos de US$1,15 al día, participaron en experimentos de dos años que buscaban ayudarlos a ser más autosuficientes.
Los programas fueron lanzados en fechas distintas y en países distintos entre 2007 y 2014, y fueron diseñados por economistas de Yale, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT por su sigla en inglés) y otros centros de investigación en EE.UU. y Europa. Las iniciativas incluían una donación de ganado o activos de negocios, un estipendio de efectivo y alimentos a corto plazo, servicios de salud, capacitación vocacional y, en algunos casos, cuentas de ahorro que les impedían sacar el dinero de forma temporal. Un año después del fin de los programas, los participantes consumían 7,5% más alimentos, sus activos habían crecido 14% y sus ahorros en 96%, en promedio.
Mediante la colocación de dispensadores de cloro junto a los pozos, otros experimentos han sextuplicado el uso de agua potable en zonas de África donde abundan las enfermedades transmitidas por el agua, y la oferta de bolsas de lentejas a los padres ha prácticamente triplicado la tasa de vacunación infantil entre los habitantes de las aldeas rurales en Rayastán, India. Algunas de estas intervenciones apenas cuestan unos pocos dólares por persona.
Buena parte de esta investigación es realizada por economistas y psicólogos que trabajan a través de Innovations for Poverty Action (IPA) y el Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab (J-PAL). El primero está domiciliado cerca de la Universidad de Yale y el segundo en el MIT.
Hasta hace poco, la mayoría de los gobiernos, agencias de desarrollo y organismos no gubernamentales que asisten a los pobres no dependían de los métodos científicos, o el análisis de datos, para determinar las políticas que funcionan, las que no y los motivos.
“Estamos tratando de promover una cultura de aprendizaje que penetre los gobiernos y las ONG y las empresas a tal extremo que se vuelva habitual”, señala Esther Duflo, economista del MIT.
Gran parte del trabajo de campo de los randomistas se hace a partir de los hallazgos de la psicología moderna sobre las limitaciones de la mente humana, derivados principalmente de los experimentos realizados en los países más acaudalados del mundo.
“El hallazgo abrumador es que no tenemos idea de lo que estamos haciendo en la mayoría de los ámbitos de la vida, especialmente los que tienen que ver con las personas”, dice Richard Thaler, profesor de ciencia y economía conductista de la Universidad de Chicago. “La alternativa a adivinar es hacer experimentos”.
Descifrar qué hace que la gente caiga en la pobreza y qué le impide salir de ella no es un desafío trivial. La economía conductual, que documenta las múltiples formas en que los humanos no actuamos en forma racional, ofrece algunas explicaciones.
En teoría, las personas consideran toda la información relevante sobre riesgo, recompensa y las mejores opciones a su disposición a la hora de tomar decisiones.
Sin embargo, la realidad es que a las personas de todos los estratos sociales les fascina apostar, sin importar sus probabilidades de ganar, lo que los lleva a comprar lotería y acudir a los casinos. También valoran los riesgos y las recompensas distantes mucho menos que las ganancias y las pérdidas actuales. A menudo, carecen de la motivación para buscar lo que más les conviene, a menos que implique casi ningún esfuerzo. Se niegan a recibir vacunas, por ejemplo, a menos de que les den un mapa que muestre la ubicación de la clínica. Dejan para mañana casi todo lo que pueden hacer hoy, quieren que otros concuerden con ellos y son impacientes, y prefieren recibir un pago total en lugar de una pensión diferida o una renta vitalicia mensual.
Para las personas acaudaladas o de clase media, estos defectos de la mente no producen grandes problemas. En el caso de los pobres, sin embargo, los errores mentales más mínimos pueden ser catastróficos.
Simplificar estos problemas es una prioridad del movimiento randomista.
Ahora que el uso de la telefonía celular se ha masificado, incluso entre los pobres, los investigadores están probando la efectividad de los mensajes de texto para recordarles a los usuarios que ahorren una parte de su salario, que revisen el vencimiento de sus cuentas o aporten a su cuenta de jubilación. Esta clase de recordatorios ayudaron a aumentar los saldos bancarios de los ahorradores en Bolivia, Perú y Filipinas en un promedio de al menos 10%, a un costo muy bajo. Es mucho más probable que los deudores paguen sus cuentas cuando reciben un mensaje recordatorio del banco.
¿Hasta dónde puede llegar la revolución randomista? El Banco Mundial creó una pequeña unidad este año con el fin de estudiar cómo integrar los hallazgos conductistas en las políticas que propone. Kaushik Basu, economista jefe de la entidad, advierte sin embargo que “si se ponen todos los huevos en la misma canasta de los ensayos controlados aleatorios, se dejarán de lado algunos problemas importantes. Sería un gran error tratar a este método como el Santo Grial”.
El economista Jeffrey Sachs, director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia y creador, junto al Programa de Desarrollo de Naciones Unidas, del Proyecto Aldeas del Milenio, sostiene que los países pobres son víctimas de una “trampa de la pobreza” en la que los magros recursos agrícolas y las enfermedades generalizadas vuelven imposible la tarea de acumular suficientes ahorros para salir de la pobreza. La solución, insiste, es una “gran ofensiva” de asistencia internacional focalizada en tareas como aumentar la productividad agrícola y mejorar la educación y la salud.
“Muchos, casi con seguridad la mayoría, de los avances en el desarrollo de los últimos años no provinieron (de los ensayos controlados aleatorios)”, afirma. Sachs cree que hay que atacar los problemas al nivel de las comunidades o las sociedades, no sólo las familias, aunque reconoce que los ensayos controlados aleatorios “son parte de un arsenal diverso de herramientas de política”.
Duflo, la economista de MIT, responde que la gran diferencia entre el profesor Sachs y ellos es que él sabe lo que hay que hacer y ellos no. “Estamos tratando de aprender”.